EL SACRAMENTO.
Drusila regresaba del rio con sus hijas, cuando vio entre las afiladas espadas de los piñales un extraño brillo que no había notado otras veces.
<<
¿Qué podrá ser>>? se acercó llena de curiosidad.
¡Son
dulces, una gran cantidad de ellos!
<<
¿Dulces en medio de las espinas?>>
— ¿De quién
son esos dulces?—preguntó a Celestina y Pomposa, sabiendo que muy pocas
personas además de ellas transitaban por aquella vereda.
Las niñas
se voltearon a ver angustiadas. Si decían la verdad se iban a ganar una buena
paliza y si mentían… ¡Oh Dios la cosa sería peor!
La suerte
estaba echada, la tunda era inevitable, lo mejor era confesar la verdad, y
esperar un milagroso perdón o al menos un castigo menos severo.
—Son de
nosotros mamá—dijo Celestina agachando la cabeza.
— ¿Y por
que están allí en medio del cerco?
— ¡Es que
Digno Maldonado nos los regaló el otro día mamita!—agregó Pomposa.
En un
momento, Drusila lo comprendió todo, Isidora su hija más grande había
desobedecido y estaba viéndose a escondidas con Digno y el muy bribón sobornaba
a las niñas con dulces para que no dijeran nada, caramelos que ellas escondían
en el piñal para que ella no se diera cuenta.
¡Todo ese
tiempo le habían visto la cara!
No, no es
que le importara mucho que Digno fuera un hombre feo, o pobre, hijo de Tomas
Maldonado feo y prieto también. Aunque la mamá fuera un ángel de ojos verdes.
Ella
siempre se había preguntado ¿Cómo habría podido tener un hijo tan feo?
— ¡No te
casés con ese hombre; porque te van a salir hijos chachos y en nuestra familia
nunca hemos tenido chachos!
— ¿Pero
mamá, Digno es un buen hombre que tiene eso de malo?
— ¡Por Dios
si serás fatua muchacha! ¡Porque solo las cabras paren de dos en dos! mirá ahí
estan Toñito Quiñones, Enrique Arrubal o Esteban Robles que quieren casarse con
vos, gente de dinero… ¿pero qué es lo que tiene la familia de Digno? ¡Es el
único hijo no lo van a dejar salir de la casa te va a tocar vivir con tu
suegra!
Isidora
bajó la cabeza << ¡no importa!>> pensó.
II
La luna de
abril, recién se asomaba por la loma como una enorme oblea amarilla arañada por
las ramas secas de los arboles sin hojas.
Aun no
comenzaba el invierno. La puerta de la casona ya se había cerrado, dejando
escapar la luz de los candiles por los dos agujeros que le recordaban a Drusila
el día que casi mata a su marido.
¡Placap!
¡Placap! ¡Placap! los cascos de los caballos, apagados por el polvo unas veces
y amplificados por las piedras otras, delataron a los tres jinetes que se
aproximaban.
¡Chilin!
¡Chilin! ¡Chilin! sonaban las alforjas llenas de chibolas (bebidas gaseosas)
<<
¿Quién será?>> pensó Rinaldo levantando la vista de su cena para
comprobar que el cinturón con el revólver estuviera al lado de la puerta.
Los jinetes
desmontaron, en el patio frente a la casona.
— ¡Don
Rinaldo Fuentes! —llamaron.
— ¡Sus
ordenes! —respondió él.
— ¡Tomas
Maldonado le está tocando su puerta don Rinaldo!
— ¡Pase
adelante don Tomas!—dijo-poniendo el cinturón de nuevo en su lugar, y abriendo
las puertas. Aquellas personas eran de fiar.
— ¡Que buen
caballo tengo! —dijo Tomas al ver el plato servido en la mesa.
— No, ya no
sirve su caballo porque ya terminamos de comer.
— ¡Si, ya
había yo comido, ya pase ese susto! respondió Tomas Maldonado riéndose con
estrépito y vulgaridad, abriendo la bocaza para dejar ver algunos dientes de
oro.
Drusila con
cara de pocos amigos se apresuró a recoger la mesa, Isidora estaba en la cocina
con el corazón en la mano; Celestina escondida detrás de la puerta y Pomposa,
la hija más pequeña en un rincón de la casa.
¡Ay de
aquella que fuera a salir o cruzarse frente a la visita sin ser llamada!
—Don
Rinaldo, no me agradezca mucho esta visita que yo a lo que vengo es a pedirle
la mano de su hija para el mío.
— ¿Quién de
mis hijas? —respondió extrañado Rinaldo.
Celestina y
Pomposa no estaban en edad de casamiento…
—
¡Isidora!—llamó.
— ¡Señor!
—dijo ella.
— ¡Venga
para acá hija!
Isidora,
salió nerviosa de la cocina.
—Aquí viene
don Tomás a pedir la mano tuya… ¿cómo es eso que has sido novia del hijo de él
y nunca me di cuenta?
Ella bajó
la cabeza sin dejar de ver a su padre, estaba avergonzada. Amaba a su padre, y
le dolía mentirle; pero después de lo que Drusila le había dicho, creyó que no
convenía pedir permiso hasta que llegara el momento, y el día se había llegado.
— ¡A mí
nunca me han venido a pedir permiso de ser novio de mi hija!—reprocho a Digno
Maldonado- despreciando su poca hombría.
—No don
Rinaldo como usted es muy delicado, no tuvo valor mi hijo, es mas ni yo no
sabía de eso hasta hace dos días.
— ¡Es que
mi sobrino es así corto de espíritu! —dijo don Pancho Maldonado, Juez de paz,
que hasta ese momento se había mantenido en silencio.
<<Corto
de espíritu… cobarde diría yo>> pensó Rinaldo, aunque prudente no lo
expresó.
—Bueno,
pues aquí dirá usted—habló por fin Isidora. Ella tenía el carácter de su madre.
— ¿Qué tan
cierto es eso hija?
—Si papá es
cierto, yo le di mi palabra de matrimonio a Digno, con la condición que si
usted daba su permiso y si no, pues no hay nada. Aquí el que manda es usted, yo
siempre le he obedecido en todo y quiero honrarlo.
—Voy a
platicar bien con mi hija y van a tener que volver dentro de seis meses—dijo
Rinaldo con firmeza viendo al pretendiente, y sus acompañantes.
—Noooooo
—dijo Tomás, con su horrible tic nervioso de risa casi permanente en él— ¡no
don Rinaldo, pidiendo y dando hombre, pidiendo y dando!
—No así no
es, pidiendo y dando no, yo tengo que hablar con mi hija antes.
Sí, claro,
antes tenía que platicar con su hija para hacerle ver los defectos de un
hombrecito que no había dicho ni una sola palabra en un momento tan importante
como la petición de matrimonio.
—De todos
modos tienen permiso para platicar aquí en la casa, en horarios que no den que
hablar a la gente.
—Es mejor
así en lugar que anden platicando a escondidas en las quebradas—dijo Drusila
torciendo la boca. Celestina y Pomposa, sintieron un escalofrió, en la espalda
todavía marcada por los riatazos.
Y así
sucedió, Digno visitaba a Isidora dos veces por semana, sin pasar del corredor,
donde le colocaban una silla que permitiera al ojo malicioso de Drusila estar
pendiente de cualquier eventualidad.
Rinaldo
nada habló con su hija sino hasta cuando ya iba a cumplirse el plazo.
—Ya van a
ser los seis meses la otra semana, y van a venir a traer la respuesta todavía
es tiempo hija si vos no te querés casar, de la puerta del templo se pueden
arrepentir pero ¿para qué llegar al templo si vos no querés?
—Como no
papá, yo quiero hacer mi vida con él, muchos me han pretendido pero ninguno me
ha gustado a mí.
—Pero que
le ves ¡es feo!—le dijo Drusila.
—Pues si
mamá pero así me gusta a mí, porque es bien buena gente… ¿de qué me sirve un
hombre galán y que me va a pegar así como a Arcadia Lavarejos que tuvo ella que
dejar a su marido?
—Son buenas
gentes—dijo Rinaldo, recordando la bocaza de Tomás abierta como gaveta y
carcajeándose— son pobres pero nunca se han oído decir cosas malas de ellos,
nadie nace rico además si algo te falta aquí estoy yo porque con honra has
salido de mi casa con honra podes volver a entrar aunque vengas con cuarenta
hijos
Una semana
después, el día señalado, Isidora barrió el patio y aseo la casa hasta que
estuvo más limpia que nunca.
Nadie dijo
nada porque ella era siempre muy hacendosa, igual que su madre.
La misma
luna la misma hora; pero diferente fecha, otra vez el ruido de los cascos de
los caballos y las chibolas en las alforjas subiendo por la vereda.
Esta vez,
Celestina se aseguró de no quedarse detrás de la puerta, ya que la otra vez no
le dieron chibolas por estar escondida y no poder salir aunque sentía que la
vejiga se le reventaba con las ganas de hacer pipí.
Además de
bebidas gaseosas esta vez también llevaban una carísima botella de whisky
importado, de esos que don Liborio Jiménez mandaba a pedir a las Europas.
—Echémonos
una copita don Rinaldo, ¡Esto hay que celebrarlo!
—No don
Tomás, muchas gracias.
—Yo si me
hecho una copita, ¡tome don Pancho! —dijo al juez de paz que le acompañaba para
testificar la petición y respuesta y que además era su hermano… feo igual que
el.
— ¡Tómesela
don Rinaldo ya vamos a ser familia!
—Así va a
ser; pero yo no acostumbro a tomar así.
Rinaldo
bebía solo, o a veces con el cura del pueblo en la tarde después de la misa,
también tenía siempre una botella de vino abocado de la cual se bebía una
minúscula copa todos los días antes de dormir, en cierta forma aquello era una
ofensa para él, que le invitaran a beber en la petición de mano de su hija… era
como rebajar a su amada Isidora, pero comprendió que no había malicia en la
intención de ellos así que disimuló su desagrado.
—Deme una
chibola mejor.
— ¿De que
la quiere?
—Crema soda
si es tan amable.
— ¿Y usted
niña Drusila?
—Yo ya bebí
café—dijo ella.
Celestina y
Pomposa bebieron gaseosa hasta casi reventar y la boda se programó para
diciembre.
Y para no
cansarlos (como dicen los que ya no quieren seguir contando una historia) se
casaron primero por lo civil en El Sauce y a los ocho días con el cura, si, el
mismo que antes les mencioné. Fue una gran boda, de esas con orquesta y comida
para todo el pueblo, orquesta de violines y chanchona donde bailaban y comían
todos desde el más pequeño hasta el más grande.
Cuando
terminaron los festejos, fueron todos con dos carretas de bueyes a la casa de
Rinaldo a traer la ropa y las cosas de la novia; pero Isidora se quedó todavía
ocho días más en casa, para guardar el sacramento.
—Miguelan
No hay comentarios:
Publicar un comentario