lunes, 22 de enero de 2024

EL SACRAMENTO

 EL SACRAMENTO.

PIÑALES AL MEDIO DIA SAN ALEJO
Drusila regresaba del rio con sus hijas, cuando vio entre las afiladas espadas de los piñales un extraño brillo que no había notado otras veces.

<< ¿Qué podrá ser>>? se acercó llena de curiosidad.

¡Son dulces, una gran cantidad de ellos!

<< ¿Dulces en medio de las espinas?>>

— ¿De quién son esos dulces?—preguntó a Celestina y Pomposa, sabiendo que muy pocas personas además de ellas transitaban por aquella vereda.

Las niñas se voltearon a ver angustiadas. Si decían la verdad se iban a ganar una buena paliza y si mentían… ¡Oh Dios la cosa sería peor!

La suerte estaba echada, la tunda era inevitable, lo mejor era confesar la verdad, y esperar un milagroso perdón o al menos un castigo menos severo.

—Son de nosotros mamá—dijo Celestina agachando la cabeza.

— ¿Y por que están allí en medio del cerco?

— ¡Es que Digno Maldonado nos los regaló el otro día mamita!—agregó Pomposa.

En un momento, Drusila lo comprendió todo, Isidora su hija más grande había desobedecido y estaba viéndose a escondidas con Digno y el muy bribón sobornaba a las niñas con dulces para que no dijeran nada, caramelos que ellas escondían en el piñal para que ella no se diera cuenta.

¡Todo ese tiempo le habían visto la cara!

No, no es que le importara mucho que Digno fuera un hombre feo, o pobre, hijo de Tomas Maldonado feo y prieto también. Aunque la mamá fuera un ángel de ojos verdes.

Ella siempre se había preguntado ¿Cómo habría podido tener un hijo tan feo?

— ¡No te casés con ese hombre; porque te van a salir hijos chachos y en nuestra familia nunca hemos tenido chachos!

— ¿Pero mamá, Digno es un buen hombre que tiene eso de malo?

— ¡Por Dios si serás fatua muchacha! ¡Porque solo las cabras paren de dos en dos! mirá ahí estan Toñito Quiñones, Enrique Arrubal o Esteban Robles que quieren casarse con vos, gente de dinero… ¿pero qué es lo que tiene la familia de Digno? ¡Es el único hijo no lo van a dejar salir de la casa te va a tocar vivir con tu suegra!

Isidora bajó la cabeza << ¡no importa!>> pensó.

II

La luna de abril, recién se asomaba por la loma como una enorme oblea amarilla arañada por las ramas secas de los arboles sin hojas.

Aun no comenzaba el invierno. La puerta de la casona ya se había cerrado, dejando escapar la luz de los candiles por los dos agujeros que le recordaban a Drusila el día que casi mata a su marido.

¡Placap! ¡Placap! ¡Placap! los cascos de los caballos, apagados por el polvo unas veces y amplificados por las piedras otras, delataron a los tres jinetes que se aproximaban.

¡Chilin! ¡Chilin! ¡Chilin! sonaban las alforjas llenas de chibolas (bebidas gaseosas)

<< ¿Quién será?>> pensó Rinaldo levantando la vista de su cena para comprobar que el cinturón con el revólver estuviera al lado de la puerta.

Los jinetes desmontaron, en el patio frente a la casona.

— ¡Don Rinaldo Fuentes! —llamaron.

— ¡Sus ordenes! —respondió él.

— ¡Tomas Maldonado le está tocando su puerta don Rinaldo!

— ¡Pase adelante don Tomas!—dijo-poniendo el cinturón de nuevo en su lugar, y abriendo las puertas. Aquellas personas eran de fiar.

— ¡Que buen caballo tengo! —dijo Tomas al ver el plato servido en la mesa.

— No, ya no sirve su caballo porque ya terminamos de comer.

— ¡Si, ya había yo comido, ya pase ese susto! respondió Tomas Maldonado riéndose con estrépito y vulgaridad, abriendo la bocaza para dejar ver algunos dientes de oro.

Drusila con cara de pocos amigos se apresuró a recoger la mesa, Isidora estaba en la cocina con el corazón en la mano; Celestina escondida detrás de la puerta y Pomposa, la hija más pequeña en un rincón de la casa.

¡Ay de aquella que fuera a salir o cruzarse frente a la visita sin ser llamada!

—Don Rinaldo, no me agradezca mucho esta visita que yo a lo que vengo es a pedirle la mano de su hija para el mío.

— ¿Quién de mis hijas? —respondió extrañado Rinaldo.

Celestina y Pomposa no estaban en edad de casamiento…

— ¡Isidora!—llamó.

— ¡Señor! —dijo ella.

— ¡Venga para acá hija!

Isidora, salió nerviosa de la cocina.

—Aquí viene don Tomás a pedir la mano tuya… ¿cómo es eso que has sido novia del hijo de él y nunca me di cuenta?

Ella bajó la cabeza sin dejar de ver a su padre, estaba avergonzada. Amaba a su padre, y le dolía mentirle; pero después de lo que Drusila le había dicho, creyó que no convenía pedir permiso hasta que llegara el momento, y el día se había llegado.

— ¡A mí nunca me han venido a pedir permiso de ser novio de mi hija!—reprocho a Digno Maldonado- despreciando su poca hombría.

—No don Rinaldo como usted es muy delicado, no tuvo valor mi hijo, es mas ni yo no sabía de eso hasta hace dos días.

— ¡Es que mi sobrino es así corto de espíritu! —dijo don Pancho Maldonado, Juez de paz, que hasta ese momento se había mantenido en silencio.

<<Corto de espíritu… cobarde diría yo>> pensó Rinaldo, aunque prudente no lo expresó.

—Bueno, pues aquí dirá usted—habló por fin Isidora. Ella tenía el carácter de su madre.

— ¿Qué tan cierto es eso hija?

—Si papá es cierto, yo le di mi palabra de matrimonio a Digno, con la condición que si usted daba su permiso y si no, pues no hay nada. Aquí el que manda es usted, yo siempre le he obedecido en todo y quiero honrarlo.

—Voy a platicar bien con mi hija y van a tener que volver dentro de seis meses—dijo Rinaldo con firmeza viendo al pretendiente, y sus acompañantes.

—Noooooo —dijo Tomás, con su horrible tic nervioso de risa casi permanente en él— ¡no don Rinaldo, pidiendo y dando hombre, pidiendo y dando!

—No así no es, pidiendo y dando no, yo tengo que hablar con mi hija antes.

Sí, claro, antes tenía que platicar con su hija para hacerle ver los defectos de un hombrecito que no había dicho ni una sola palabra en un momento tan importante como la petición de matrimonio.

—De todos modos tienen permiso para platicar aquí en la casa, en horarios que no den que hablar a la gente.

—Es mejor así en lugar que anden platicando a escondidas en las quebradas—dijo Drusila torciendo la boca. Celestina y Pomposa, sintieron un escalofrió, en la espalda todavía marcada por los riatazos.

Y así sucedió, Digno visitaba a Isidora dos veces por semana, sin pasar del corredor, donde le colocaban una silla que permitiera al ojo malicioso de Drusila estar pendiente de cualquier eventualidad.

Rinaldo nada habló con su hija sino hasta cuando ya iba a cumplirse el plazo.

—Ya van a ser los seis meses la otra semana, y van a venir a traer la respuesta todavía es tiempo hija si vos no te querés casar, de la puerta del templo se pueden arrepentir pero ¿para qué llegar al templo si vos no querés?

—Como no papá, yo quiero hacer mi vida con él, muchos me han pretendido pero ninguno me ha gustado a mí.

—Pero que le ves ¡es feo!—le dijo Drusila.

—Pues si mamá pero así me gusta a mí, porque es bien buena gente… ¿de qué me sirve un hombre galán y que me va a pegar así como a Arcadia Lavarejos que tuvo ella que dejar a su marido?

—Son buenas gentes—dijo Rinaldo, recordando la bocaza de Tomás abierta como gaveta y carcajeándose— son pobres pero nunca se han oído decir cosas malas de ellos, nadie nace rico además si algo te falta aquí estoy yo porque con honra has salido de mi casa con honra podes volver a entrar aunque vengas con cuarenta hijos

Una semana después, el día señalado, Isidora barrió el patio y aseo la casa hasta que estuvo más limpia que nunca.

Nadie dijo nada porque ella era siempre muy hacendosa, igual que su madre.

La misma luna la misma hora; pero diferente fecha, otra vez el ruido de los cascos de los caballos y las chibolas en las alforjas subiendo por la vereda.

Esta vez, Celestina se aseguró de no quedarse detrás de la puerta, ya que la otra vez no le dieron chibolas por estar escondida y no poder salir aunque sentía que la vejiga se le reventaba con las ganas de hacer pipí.

Además de bebidas gaseosas esta vez también llevaban una carísima botella de whisky importado, de esos que don Liborio Jiménez mandaba a pedir a las Europas.

—Echémonos una copita don Rinaldo, ¡Esto hay que celebrarlo!

—No don Tomás, muchas gracias.

—Yo si me hecho una copita, ¡tome don Pancho! —dijo al juez de paz que le acompañaba para testificar la petición y respuesta y que además era su hermano… feo igual que el.

— ¡Tómesela don Rinaldo ya vamos a ser familia!

—Así va a ser; pero yo no acostumbro a tomar así.

Rinaldo bebía solo, o a veces con el cura del pueblo en la tarde después de la misa, también tenía siempre una botella de vino abocado de la cual se bebía una minúscula copa todos los días antes de dormir, en cierta forma aquello era una ofensa para él, que le invitaran a beber en la petición de mano de su hija… era como rebajar a su amada Isidora, pero comprendió que no había malicia en la intención de ellos así que disimuló su desagrado.

—Deme una chibola mejor.

— ¿De que la quiere?

—Crema soda si es tan amable.

— ¿Y usted niña Drusila?

—Yo ya bebí café—dijo ella.

Celestina y Pomposa bebieron gaseosa hasta casi reventar y la boda se programó para diciembre.

Y para no cansarlos (como dicen los que ya no quieren seguir contando una historia) se casaron primero por lo civil en El Sauce y a los ocho días con el cura, si, el mismo que antes les mencioné. Fue una gran boda, de esas con orquesta y comida para todo el pueblo, orquesta de violines y chanchona donde bailaban y comían todos desde el más pequeño hasta el más grande.

Cuando terminaron los festejos, fueron todos con dos carretas de bueyes a la casa de Rinaldo a traer la ropa y las cosas de la novia; pero Isidora se quedó todavía ocho días más en casa, para guardar el sacramento.

 

—Miguelan

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