LOS ZAPATEROS DE SAN IGNACIO.
(Cuento)
San Ignacio del Cocuy, era un pintoresco pueblecillo, perdido en un lejano
continente, donde todos sus habitantes Vivian en armonía y perfecta paz. Tenía callecitas empedradas y casitas amontonadas de paredes blancas con techos rojísimos como la sangre misma de su gente; en los patios había naranjos que llenaban de aroma las mañanitas con sus azahares y almendros en los portales de las casas, que daban frescura por las tardes cuando el sol derramaba sin piedad sus inmortales destellos.
Cuando el día despuntaba,
los mercados se llenaban de vida, los comerciantes anunciaban a todo pulmón sus
mercancías, y los pequeños negocios aun amodorrados comenzaban a abrir sus
puertas.
Habían dos zapaterías, en
ese rincón del paraíso, una era propiedad, de don Alberto Palillo, que se
llamaba “LA SANTANECA” y la otra de don Miguel Pepino, con un gran rotulo que
decía “ZAPATERIA DE DON MIGUEL” desde siempre habían abierto el negocio a las
nueve de la mañana, pero como don Pepino era algo avariento y deseaba ganar
unos centavos más, comenzó a abrir a las ocho de la mañana. Don Alberto era más
conformista, pero cuando vio lo bien que le estaba yendo a don Pepino, azuzado
por su envidiosa mujercita, decidió abrir a las siete de la mañana, aunque esto
significara un poco mas de sacrificio para él y sus dos empleados. A los cuales
debió subir el sueldo porque trabajaban dos horas más, pero como el negocio era
rentable podía darse ese lujo, además con esos centavos extra mejoró un poquito
la vida de sus empleados porque ahora podían comprarle al lechero una botella
de leche para sus hijos, de igual forma el lechero vendía dos botellas mas y con
ese dinero tenia para comprarle unos aretes a su esposa, los zapateros también
tenían más dinero, pues como los pedidos eran cada vez mas grandes tenían más
ingresos, algunos hasta habían contratado ayudantes.
Como había hecho un buen
invierno y las cosechas habían sido buenas la economía del pueblo había
mejorado un poco, existían mas fuentes de trabajo y hasta habían venido unos
zapateros de un pueblo vecino porque los
locales no daban abasto.
Pasaron los meses, y don
Palillo miraba con codicia como los clientes preferían La Zapatería de don
Miguel, así que decidió enviar a uno de sus empleados disfrazado para ver
porque la zapatería vecina pasaba todo el tiempo llena.
Eligio a su empleado más
listo, y le envió a realizar las pesquisas necesarias.
Cuando Eulalio, que así se
llamaba el espía, regresó don Palillo lleno de malicia le preguntó:
—¿Y bien que pudiste
averiguar?
—Mire don Palillo, me
costó un poco entrar porque había cola, pero una vez dentro, una muchacha bien
amable, me ofreció una silla, y me dijo si no quería un vaso con agua, pero no
contenta con eso me llevó el periódico matutino y me dijo que hiciera el favor
de esperar, hasta que llegara mi turno, el cual para ser sincero no quería yo
que llegara porque aun estaba leyendo los deportes; pero bueno, don Pepino me
atendió, y nunca dejó de sonreír a pesar
que me probé casi 20 pares de zapatos… y como no me gustó ninguno, don Pepino
me tomo las medidas y me prometió conseguir en cuanto pudiera una variedad de
Zapatillas como las que yo quiero.
Don Alberto Palillo,
pensativo le agradeció a Eulalio y
recordó la cara que él, le hacía a los clientes cuando ya se habían probado
tres pares de zapatos, además en su tienda no había sillas mucho menos agua
para sus clientes.
Así que al día siguiente
se compro unas sillas de las más cómodas que encontró y desempaco la cafetera
que le habían regalado el día de su boda con la Feminista más enconada de los
alrededores agregando además un surtidor con agua fresca y lo mejor de todo:
cambio su actitud.
Pasaron los meses y La
cuenta de don Palillo en el banco creció tanto que hasta se compró un automóvil
Japonés 4x4.
Pero sus ojos solo estaban
puestos en el negocio de su vecino, y como este se había comprado un BMW
decidió que lo mejor sería enviar el espía de nuevo.
Y allá fue el buen
Eulalio…
Cuando el espía regreso,
venia con un par de zapatillas nuevas y fue interrogado de nuevo por don
Palillo que al borde de un colapso nervioso le reprochó su traición.
— ¡Jesucristo bendito
hasta te vendió zapatos! –Gritó arrancándose el poco cabello que le quedaba—
¡ese hombre ha de tener pacto con el Diablo! ¿Te envié a comprar zapatos?
¿Acaso no tengo yo?
—Mire don Palillo, yo no
es por hacerlo sentir mal, pero de estas zapatillas usted no tiene, además el
par de zapatos que me vendió el otro día no me duraron nada…yo creo que por eso
es que la gente se va para donde don Pepino, además tiene más variedad de donde
escoger… yo con algo de pena con usted pero como le aprecio le digo la verdad…
—¡Aprecio dices Judas!
Al siguiente día presuroso
se fue con sus zapateros y les dijo que debían mejorar el material y hacerlo
tan bueno como el de don Pepino. Claro como la calidad “cuesta” debió pagarles
más, pero, también así sus ventas mejoraron y pudo luego comprarse un Mercedes
Benz convertible, solo para demostrar que era mejor que don Pepino.
Había también en el
pueblo, un hombre Inteligente, a quien todos llamaban Julián, Sin padres o
familia conocida, un trotamundos que había llegado hacia algunos meses, de buen
porte y carisma, elocuente en el hablar como pocos, pero con un gran defecto:
no le gustaba trabajar, y como no le gustaba trabajar siempre andaba en apuros
económicos.
Un buen día después de la
misa, se paró en medio de la plaza y se dirigió a la gente con un larguísimo
discurso en el que las palabras “recalcitrante, neoliberalismo, oligarquía,
comunidad e imperialismo” eran usadas
con maestría, y aunque la gente no entendía lo que significaban aplaudían la
pericia del orador nato. Por último finalizó su discurso así:
“… ¿ya vieron a don Pepino
y don Palillo? Nosotros andamos a pie, somos indios descalzos, mientras ellos a
costa de nuestro trabajo se movilizan en sus grandes maquinas, viendo de menos
al proletariado que es el que les da de comer, eso mis amigos, mis
compatriotas, mis camaradas, es injusticia social. Eso mis amados hermanos,
puede cambiar, SI USTEDES ME ELIGEN COMO ALCALDE. Yo les prometo que habrá igualdad, o comemos todos frijoles o nadie
come nada.”
La gente que hasta ese día
había visto con buenos ojos a don Pepino y don Palillo, como hombres luchadores
a partir de allí, les hacían mala cara y comenzaron a culparles de cualquier
mal que pasaba en el pueblo.
Cuando llegaron las
elecciones, el extraño de chaqueta verde, las tenía ganada de antemano.
Lo primero que hizo fue,
expropiarle las zapaterías a don Pepino y a don Palillo, porque dijo que
pertenecían al pueblo de San Ignacio del Cocuy, lo mismo hizo con otros
negocios, como restaurantes, floristerías, ferreterías etc.
Habiendo despedido a los
dueños y a los gerentes, era obvio que los negocios no se cuidarían solos así
que decidió poner el mismo sus administradores.
En LA SANTANECA de don
palillo puso como gerente al vago que solía fumar puros con él en el parque,
aquel a quien le había dicho alguna vez “Voy a salir de la miseria, Herberto,
lo vas a ver, entonces ya no vamos a
fumar estos cochinos puros de mercado sino de los que hacen en mi tierra
natal”.
A la zapatería de don
Miguel le cambiaron el nombre y le pusieron LA ZAPATERIA DEL PUEBLO. Y al
frente de ella puso a un primo que una vez lo había defendido en la escuela.
Como estos señores no
sabían nada del negocio de los zapatos ni de atención al cliente acabaron
despidiendo a los empleados capacitados sin importarles que tuvieran ya muchos
años trabajando y contrataron según ellos creyeron conveniente a amigos y
familiares.
Los clientes dejaron de
llegar, porque no les gustaba como los atendían, y preferían ir al pueblo
vecino a comprar zapatos.
Como la demanda disminuyó
también lo hicieron los ingresos, para ello fue necesario recortar los horarios
de los empleados y comenzaron a abrir a las nueve otra vez.
Pero como ni aun así
cubrían los gastos, pensaron que debían dar precios más cómodos, pero para eso
debían bajar la calidad del calzado.
Pero nadie quería zapatos
que duraran medio año, lógicamente preferían pagar un poco más en el pueblo
vecino por un calzado que duraba cinco años.
Poco a poco fueron
despedidos algunos empleados, y LA SANTANECA quebró.
Aun así la ZAPATERIA DEL
PUEBLO siguió funcionando.
Al extraño de la boina ya
no se le miraba casi, porque ahora vivía en una colina cercana en una gran
mansión expropiada a un inversionista turco. Se había comprado un Ferrari
testarossa y vestía trajes importados del “imperio” mientras fumaba unos
exquisitos puros traídos de su tierra natal.
Mientras tanto San Ignacio
del Cocuy dejo de ser un pueblecillo donde se apilaban como palomas las
casitas, para convertirse en un pueblo fantasma porque la mayoría de sus
habitantes estaban emigrando para los pueblos aledaños o para el Imperio.
—Miguelan.
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