sábado, 16 de diciembre de 2023

LOS ZAPATEROS DE SAN IGNACIO

 LOS ZAPATEROS DE SAN IGNACIO.

(Cuento)

PUEBLO EUROPEO MEDIEVAL CON CALLES EMPEDRADAS OLEO IMPASTO
San Ignacio del Cocuy, era un pintoresco pueblecillo, perdido en un lejano
  continente, donde todos sus habitantes Vivian en armonía y perfecta paz.  Tenía callecitas empedradas y casitas amontonadas de paredes blancas con techos rojísimos como la sangre misma de su gente; en los patios había naranjos que llenaban de aroma las mañanitas con sus azahares y almendros en los portales de las casas, que daban frescura por las tardes cuando el sol derramaba sin piedad sus inmortales destellos.

Cuando el día despuntaba, los mercados se llenaban de vida, los comerciantes anunciaban a todo pulmón sus mercancías, y los pequeños negocios aun amodorrados comenzaban a abrir sus puertas.

Habían dos zapaterías, en ese rincón del paraíso, una era propiedad, de don Alberto Palillo, que se llamaba “LA SANTANECA” y la otra de don Miguel Pepino, con un gran rotulo que decía “ZAPATERIA DE DON MIGUEL” desde siempre habían abierto el negocio a las nueve de la mañana, pero como don Pepino era algo avariento y deseaba ganar unos centavos más, comenzó a abrir a las ocho de la mañana. Don Alberto era más conformista, pero cuando vio lo bien que le estaba yendo a don Pepino, azuzado por su envidiosa mujercita, decidió abrir a las siete de la mañana, aunque esto significara un poco mas de sacrificio para él y sus dos empleados. A los cuales debió subir el sueldo porque trabajaban dos horas más, pero como el negocio era rentable podía darse ese lujo, además con esos centavos extra mejoró un poquito la vida de sus empleados porque ahora podían comprarle al lechero una botella de leche para sus hijos, de igual forma el lechero vendía dos botellas mas y con ese dinero tenia para comprarle unos aretes a su esposa, los zapateros también tenían más dinero, pues como los pedidos eran cada vez mas grandes tenían más ingresos, algunos hasta habían contratado ayudantes.

Como había hecho un buen invierno y las cosechas habían sido buenas la economía del pueblo había mejorado un poco, existían mas fuentes de trabajo y hasta habían venido unos zapateros de un pueblo vecino porque  los locales no daban abasto.

Pasaron los meses, y don Palillo miraba con codicia como los clientes preferían La Zapatería de don Miguel, así que decidió enviar a uno de sus empleados disfrazado para ver porque la zapatería vecina pasaba todo el tiempo llena.

Eligio a su empleado más listo, y le envió a realizar las pesquisas necesarias.

Cuando Eulalio, que así se llamaba el espía, regresó don Palillo lleno de malicia le preguntó:

—¿Y bien que pudiste averiguar?

—Mire don Palillo, me costó un poco entrar porque había cola, pero una vez dentro, una muchacha bien amable, me ofreció una silla, y me dijo si no quería un vaso con agua, pero no contenta con eso me llevó el periódico matutino y me dijo que hiciera el favor de esperar, hasta que llegara mi turno, el cual para ser sincero no quería yo que llegara porque aun estaba leyendo los deportes; pero bueno, don Pepino me atendió,  y nunca dejó de sonreír a pesar que me probé casi 20 pares de zapatos… y como no me gustó ninguno, don Pepino me tomo las medidas y me prometió conseguir en cuanto pudiera una variedad de Zapatillas como las que yo quiero.

Don Alberto Palillo, pensativo le agradeció  a Eulalio y recordó la cara que él, le hacía a los clientes cuando ya se habían probado tres pares de zapatos, además en su tienda no había sillas mucho menos agua para sus clientes.

Así que al día siguiente se compro unas sillas de las más cómodas que encontró y desempaco la cafetera que le habían regalado el día de su boda con la Feminista más enconada de los alrededores agregando además un surtidor con agua fresca y lo mejor de todo: cambio su actitud.

Pasaron los meses y La cuenta de don Palillo en el banco creció tanto que hasta se compró un automóvil Japonés 4x4.

Pero sus ojos solo estaban puestos en el negocio de su vecino, y como este se había comprado un BMW decidió que lo mejor sería enviar el espía de nuevo.

Y allá fue el buen Eulalio…

Cuando el espía regreso, venia con un par de zapatillas nuevas y fue interrogado de nuevo por don Palillo que al borde de un colapso nervioso le reprochó su traición.

— ¡Jesucristo bendito hasta te vendió zapatos! –Gritó arrancándose el poco cabello que le quedaba— ¡ese hombre ha de tener pacto con el Diablo! ¿Te envié a comprar zapatos? ¿Acaso no tengo yo?

—Mire don Palillo, yo no es por hacerlo sentir mal, pero de estas zapatillas usted no tiene, además el par de zapatos que me vendió el otro día no me duraron nada…yo creo que por eso es que la gente se va para donde don Pepino, además tiene más variedad de donde escoger… yo con algo de pena con usted pero como le aprecio le digo la verdad…

—¡Aprecio dices Judas!

Al siguiente día presuroso se fue con sus zapateros y les dijo que debían mejorar el material y hacerlo tan bueno como el de don Pepino. Claro como la calidad “cuesta” debió pagarles más, pero, también así sus ventas mejoraron y pudo luego comprarse un Mercedes Benz convertible, solo para demostrar que era mejor que don Pepino.    

Había también en el pueblo, un hombre Inteligente, a quien todos llamaban Julián, Sin padres o familia conocida, un trotamundos que había llegado hacia algunos meses, de buen porte y carisma, elocuente en el hablar como pocos, pero con un gran defecto: no le gustaba trabajar, y como no le gustaba trabajar siempre andaba en apuros económicos.

Un buen día después de la misa, se paró en medio de la plaza y se dirigió a la gente con un larguísimo discurso en el que las palabras “recalcitrante, neoliberalismo, oligarquía, comunidad e imperialismo”  eran usadas con maestría, y aunque la gente no entendía lo que significaban aplaudían la pericia del orador nato. Por último finalizó su discurso así:

“… ¿ya vieron a don Pepino y don Palillo? Nosotros andamos a pie, somos indios descalzos, mientras ellos a costa de nuestro trabajo se movilizan en sus grandes maquinas, viendo de menos al proletariado que es el que les da de comer, eso mis amigos, mis compatriotas, mis camaradas, es injusticia social. Eso mis amados hermanos, puede cambiar, SI USTEDES ME ELIGEN COMO ALCALDE. Yo les prometo que habrá  igualdad, o comemos todos frijoles o nadie come nada.”

La gente que hasta ese día había visto con buenos ojos a don Pepino y don Palillo, como hombres luchadores a partir de allí, les hacían mala cara y comenzaron a culparles de cualquier mal que pasaba en el pueblo.

Cuando llegaron las elecciones, el extraño de chaqueta verde, las tenía ganada de antemano.

Lo primero que hizo fue, expropiarle las zapaterías a don Pepino y a don Palillo, porque dijo que pertenecían al pueblo de San Ignacio del Cocuy, lo mismo hizo con otros negocios, como restaurantes, floristerías, ferreterías etc.

Habiendo despedido a los dueños y a los gerentes, era obvio que los negocios no se cuidarían solos así que decidió poner el mismo sus administradores.

En LA SANTANECA de don palillo puso como gerente al vago que solía fumar puros con él en el parque, aquel a quien le había dicho alguna vez “Voy a salir de la miseria, Herberto, lo vas a ver,  entonces ya no vamos a fumar estos cochinos puros de mercado sino de los que hacen en mi tierra natal”.

A la zapatería de don Miguel le cambiaron el nombre y le pusieron LA ZAPATERIA DEL PUEBLO. Y al frente de ella puso a un primo que una vez lo había defendido en la escuela.

Como estos señores no sabían nada del negocio de los zapatos ni de atención al cliente acabaron despidiendo a los empleados capacitados sin importarles que tuvieran ya muchos años trabajando y contrataron según ellos creyeron conveniente a amigos y familiares.

Los clientes dejaron de llegar, porque no les gustaba como los atendían, y preferían ir al pueblo vecino a comprar zapatos.

Como la demanda disminuyó también lo hicieron los ingresos, para ello fue necesario recortar los horarios de los empleados y comenzaron a abrir a las nueve otra vez.

Pero como ni aun así cubrían los gastos, pensaron que debían dar precios más cómodos, pero para eso debían  bajar la calidad del calzado.

Pero nadie quería zapatos que duraran medio año, lógicamente preferían pagar un poco más en el pueblo vecino por un calzado que duraba cinco años.

Poco a poco fueron despedidos algunos empleados, y LA SANTANECA quebró.

Aun así la ZAPATERIA DEL PUEBLO siguió funcionando.

Al extraño de la boina ya no se le miraba casi, porque ahora vivía en una colina cercana en una gran mansión expropiada a un inversionista turco. Se había comprado un Ferrari testarossa y vestía trajes importados del “imperio” mientras fumaba unos exquisitos puros traídos de su tierra natal.

Mientras tanto San Ignacio del Cocuy dejo de ser un pueblecillo donde se apilaban como palomas las casitas, para convertirse en un pueblo fantasma porque la mayoría de sus habitantes estaban emigrando para los pueblos aledaños o para el Imperio.

—Miguelan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario