ROLANDO Y EL CADÁVER.
(cuento)
El sonido metálico de los disparos desgarró el silencio de la noche. Por esos
lados solo significaba una cosa, un muerto en algún sitio de la fronteriza ciudad.
Cadáver sonrió de
oreja a oreja dentro del ataúd y le dijo a Rolando que dormía en una colchoneta
a su lado:
– ¡Nada como el
rechistar, de un arma en la quietud de la noche!
Rolando algo
murmuró y se dio vuelta, había que aprovechar los ratos en que su trabajo le
permitía dormir.
– ¡Ya va a caer la
llamada, así que mejor es que te vayas despabilando!
Hacia unos días
había comenzado a trabajar en el difícil oficio de “Muertero”. Y poco a poco se
había ido acostumbrando al desvelo; a su lado había un casquillo de bala
calibre 38, parado, junto a una carterita de fósforos, unas llaves y una caja
de cigarrillos casi terminada.
Había querido el
azar, en uno de sus extraños e incomprensibles giros, que el primer muerto en
su trabajo fuera un primo suyo; un primo, que era casi como un hermano; se
habían criado bastante cerca, una pared de por medio en el viejísimo mesón de
doña Tomasita. Compañeros de escuela y de travesuras.
Rolando, era un
joven con bastante educación. Su padre era pastor evangélico de una iglesia
bastante popular y había tratado de inculcarle buenos principios y pagarle los
colegios más caros, pero el muchacho siempre había sido contumaz y a la edad de
catorce años se fue a trabajar en un camión con un hermano de religión. Allí
aprendió las malas costumbres de los camioneros pero también a sobrevivir entre
los chacales.
Después se hizo
amigo de Cadáver, el cual lo convenció para que trabajara con él en la
funeraria, no porque estimara gran cosa a Rolando, por lo menos en un
principio, aunque después lo llegaría a llamar hermano. Sino porque a primeras
vio que era un peleador nato, y ellos necesitaban a alguien así en el equipo…
La noche de su
iniciación como “Muertero” había llovido un poco y de las calles se levantaba
un vapor que adormecía a las miles de golondrinas que se balanceaban en el
tendido eléctrico manchando con su cagarruta blanquecina las calles solitarias,
a esa hora en que los grillos han guardado sus violines para irse a dormir.
Cuando llegaron
donde estaba el finado, ya la policía había acordonado la zona y medicina legal
terminaba su trabajo. El veredicto era el de siempre, “supuesto pandillero
asesinado por grupos rivales” todo ello solo porque Bryan Ronaldo (así se
llamaba el ultimado) tenía tatuado en el lado izquierdo de su pecho, allí por
donde está el corazón, unas manos unidas con un rosario.
Por esos días
cuando había un muerto lo primero que preguntaban era
— ¿Tiene tatuajes?
—Si… tiene uno
pequeñito es un dibujo de…
— ¡Entonces es
pandillero!
La sentencia era
lapidaria sin preocuparse por averiguar más. En el caso de Brayan ¡Ni siquiera
era un dibujo bien hecho, sino más bien parecía de aquellos antiguos tatuajes
verduzcos que se hacían los soldados con pólvora de balas y una aguja de coser!
Justo allí tenia
uno de los tres disparos que le habían arrebatado la vida.
Lo más probable es
que el caso se archivaría y sería olvidado al poco tiempo, aplastado por los
innumerables asesinatos que le secundarían. Pero si de algo estaba seguro
Rolando, es que Bryan no era pandillero, sino un marihuano irredento que se
pasaba las tardes prendido de su cachimba artesanal.
Mientras veía el
cuerpo sin vida de su primo, un diente de oro brillaba entre los labios semi-
abiertos del desafortunado occiso, ese diente no había llegado hasta allí por
vanidad, sino que era un pequeño recuerdo de una vez lo había defendido en la
escuela, de unos bravucones que pretendían quitarle el francés con huevo que su
mamá le había puesto para el recreo.
Rolando leía
pasquines y cuentos policíacos en su tiempo libre, así que procuro ver algún
indicio que pudiera darle algo de luz sobre el homicidio; Alli estaba un cuerpo
con tres balazos; pero solo un casquillo relucía a unos diez metros del muerto.
También parecía que habían arrastrado el cuerpo hasta donde se encontraba, lo
raro es que no había más sangre que la esparcida debajo del cuerpo sin vida de su
primo, por tanto las señas del arrastre eran un enigma para él…
Como Cadáver
conocía a los de medicina legal les permitieron acercarse. Por supuesto,
después de una pequeña colaboración, para los refrescos del perito y su
ayudante. Rolando, cerró los ojos de Brayan que aun miraban a su asesino.
—Descansa en paz
primo, al rato nos vemos de nuevo.
Después, con
cuidado, procurando disimular tomó el casquillo de bala y trató de ver alguna
otra cosa que pudiera decirle quien era el asesino. Pero solo distinguió unas
huellas de zapatos harto comunes en la zona, “burritos” a medio gastar, que
señalaban a miles de posibles asesinos… excepto por un pequeño detalle, uno
minúsculo que pasó desapercibido para todos y que llevaría a Rolando hasta las
puertas mismas del asesino…
Un policía se
acercó discretamente cuando ya levantaban el cuerpo y le dijo:
—Son diez dólares
– ¿Por qué?
—Por el casquillo
— ¿Cuál casquillo?
De todos modos le
dio el único billete arrugado de cinco dólares que andaba apuñado en el fondo
del bolsillo y el policía los cogió de mala gana. Convenía tenerlo como amigo.
<< ¡Los
revólveres no botan los casquillos!>> pensó Rolando.
II
El teléfono de Cadáver
sonó, tal como lo había vaticinado; El seco y Rolando se miraron mientras el
enjuto y pálido cuerpo caminaba hasta donde tenía cargando el celular
frotándose las manos.
Habló menos de un
minuto y le dijo a Rolando:
–Sacá el carro
Derbez que ya salió trabajo.
–Simón ¿Dónde es?
–Allí por el burdel
de don Freddy.
–¿Y quién es el
finado?
–Liroboy dicen, lo
ajusticiaron… ¡Pero metele no sea que los del Divino Niño quieran adelantarse!
La enorme y
achatada nariz de Rolando, olfateaba el casquillo que diera muerte a su primo,
días antes lo había llevado donde un detective que le debía un pequeño favor,
pero los casquillos estaban “limpios” era obvio que el asesino había usado
guantes al momento de cargar el arma, o los había limpiado. Aun así había algo
que inquietaba al muertero, un olor que lograba percibir más allá del
nauseabundo tufillo que la pólvora imprimiera en el dorado cartucho.
Rolando era el
encargado de conducir el carro para “muertear”, un pick up cama larga cuatro
por cuatro, Cadáver cerraba los negocios y el seco manejaba la limosina para
los sepelios.
Cuando llegaron
donde estaba el ajusticiado, Cadáver escupió irritado al ver el Ford de ocho
cilindros con el logotipo de la funeraria el Divino Niño, ¡se les habían
adelantado! por fortuna la policía no los había dejado pasar la cinta de
seguridad amarilla que acordonaba el improvisado juzgado al aire libre.
Cadáver cruzó la
cinta como Juan por su casa sin que nadie le dijera nada y con indiferencia vio
el cuerpo del occiso. Casi con desprecio. Los de la otra funeraria encendieron
el poderoso motor de su automóvil y se largaron enojados, Cadáver los vio con
el rabillo y comprendió que no se iban a dar por vencidos con facilidad y se
dirigió donde uno de los policías que montaban guardia esperando al fiscal que
aun no había salido de su casa.
–¿que onda?
–tranquilo todo
–¿hace cuanto fue?
–Quizá media hora…
–¿Y quién sería?
–Vos sabes que
estos mareros cuando no los matan los de la otra mara, ellos mismos les dan en
la nuca…
–¿Tenés Cigarros?
dijo Cadáver usando la frase convenida para esos casos, el santo y seña que
identificaba al “Tirador”
–Pues si; pero
fósforos no cargo–se identificó el policía.
El policía puso un
cigarrillo en su boca y Cadáver le pasó el encendedor; el agente agradeció el
gesto y le devolvió el encendedor Bic, dejando escapar una bocanada de
perfumado tabaco hondureño.
Cadáver sonrió y de
manera amigable le dio la mano deseándole buena suerte, ninguno vió el rollo de
billetes que le pasó en el apretón, Nadie notó que el cañón Colt 45 del
uniformado aún estaba caliente… negocio redondo.
Mas tarde llegó
medicina Legal, Un colocho taciturno que aun olía a cerveza barata y sopa de
cebolla. Se puso los guantes de látex y desabotonó la camisa que había
estrenado el finado ese día. Normalmente hacia bien su trabajo; pero hoy quería
regresar luego a su cama y ver si podía retomar el sueño que tenía con la
Candita, (la mesera que le servía las cervezas en La puerta del Sol) donde lo
había dejado cuando le llamaron para ir a reconocer un muerto que aun estaba
vivo.
Sin impresionarse
siquiera un poco examinó las heridas de bala y los reconocidos tatuajes que
identificaban a Liroboy como miembro activo de un conocido grupo delictivo,
terminó su trabajo, se quitó los guantes y miro a los policías, se encogió de
hombros y mintió.
–Fue un homicidio…
por la posición del cuerpo y las señas deduzco que se trató de un
ajusticiamiento entre pandillas—Ya lo pueden levantar.
Rolando el Seco y
Cadáver lo tiraron sin ningún respeto en la cama del vehículo, el cuerpo sonó
como un manojo de leña seca, luego disimulando, Cadáver busco en la billetera
para ver si aparte de la dirección de la casa encontraba dinero pero solo
encontró el documento de Identidad.
Rolando, un poco
mas avispado, le metió la mano en el calzoncillo. Tenía un presentimiento, y no
se equivocó. Miró Cadáver y al seco pero estos se despedían del colocho con un
afectuoso apretón de manos.
Había sido una
buena noche. Lloviznaba y las diminutas gotas se estrellaban sobre el
parabrisas del vehículo. Rolando encendió los “crickos” en el nivel más suave.
Y sacó un cigarro sin mentol, Cadáver le ofreció fuego con un encendedor de los
que usaban los soldados… no, no era el mismo que le dio al Policía.
Rolando conducía
con la mano derecha y en la izquierda llevaba el cigarro por fuera de la
ventana, los focos anaranjados de la calle pasaban a su lado algo despacio.
Todo hubiera estado
bien pero cuando llegaron a la funeraria les extrañó ver mucha gente a esas
horas de la noche o quizá ya era de madrugada…
–¡P… -dijo Cadáver-
ojalá que no sea lo que creo!
Pero si, si era lo
que se estaba imaginando. Los de la funeraria el Divino Niño se habían adelantado
y habían convencido a la madre de Liroboy para que les comprara la caja y el
servicio funerario.
Rolando aparcó el
carro y le dijo a Cadáver:
–¡Dale viejo, que
no te quiten el hueso de la boca, vos sos grande hermano!
Cadáver no
respondió; Respiro profundo y se bajó del carro. La madre del occiso se había
lanzado sobre el cuerpo y lloraba y lo besaba… Cadáver se quitó la gorra y
esperó.
Al rato, cuando la
señora se calmó le dijo:
–Lo siento mucho…
el señor actúa de muchas maneras…
–¡Si. Hay que ser
fuertes y aceptar su voluntad! -procuró consolarse la pobre mujer.
—Me llamo Marcial
García y me pongo a sus órdenes para los servicios funerarios…
–Gracias pero ya
hablé con el muchacho del Divino Niño, y él me dijo…
A todo esto, El
Toro, el equivalente a Rolando, pero de la otra funeraria se había acercado y
dijo:
–¡Ya la señora ha
decidido y hay que respetar su voluntad!
Cadáver hizo como
que no lo había oído y tomando suavemente a la señora por el brazo la movió un
poco, donde no lo escuchara El Toro.
Rolando impidió que
El Toro los siguiera interponiéndose entre ellos.
¡Era el momento de
demostrar de que estaban hechos!
Uno su calidad como
negociador, y el otro... bueno, ya lo habrán adivinado ustedes.
¡Debían quitarle el
hueso de las mismas fauces al tigre de la competencia!
III
–Mire señora, yo
entiendo que usted haya tratado con ellos de antemano y está en todo su
derecho, solo me gustaría que me permitiera decirle algo…
–Hable joven- dijo
la señora secándose las lagrimas con un pañuelito.
–José y yo estudiamos
juntos en bachillerato y siempre fuimos amigos, y me gustaría ser cabal con él
hasta el último momento… los muchachos del Divino Niño le han dado un buen
precio, yo quiero hacer algo por él y por usted…
– ¿Y qué es lo que
usted quiere hacer?
–Yo quisiera que
usted me permitiera regalarle la caja…
– ¿regalarnos la
caja?
–Si, además no le
voy a cobrar la preparación.
–No. no puedo
permitir que usted se haga cargo de los gastos…
–Solo que pagara
usted el alquiler de las sillas y el transporte al camposanto…
–Si es así me
parece bien.
Cadáver, le hizo un
guiño a Rolando. Había ganado la partida.
Rolando se dirigió
con los de la funeraria El Divino Niño:
–Ustedes no tienen
nada que hacer aquí, váyanse o aquí va a haber D...
La señora se
disculpó con los de la funeraria contraria, y acompañó a Cadáver que ahora sí,
muy delicadamente (no como cuando lo subieron) estaba conduciendo al muerto al
sitio de preparación.
Cuando estuvieron
solos, Rolando le dijo a Cadáver
–Sos grande viejo.
–Mañas que uno
aprende.
–Decile a la Gume
que se prepare para el show. (La Gume era la dueña de la funeraria)
Cuando la señora
salió del cuarto, Cadáver le ofreció un pañuelo perfumado con “Pino Silvestre” (la
loción de moda) para que se secara los ojos humedecidos por las lágrimas. Era
el momento de cumplir su palabra.
– ¿quiere tomarse
un café?
–No, gracias. Solo
un poco de agua por favor.
–Por aquí están las
cajas, usted venga para que escoja la que le guste…
–Gracias… Dios se
lo pague.
La sala estaba
llena con cajas, de todos estilos, formas y colores, las había nacionales e
importadas. Algunas parecían capsulas espaciales y otras tenían la parte
posterior con vidrio, para que todos pudieran ver al muerto.
–Buenas noches
–dijo Gume.
–Buenas noches
–respondió Cadáver.
La madre del
finado, apenas la miró y sonrió sin ganas… examinó con tristeza todos los
ataúdes hasta que llegó al precioso sarcófago donde había estado durmiendo
Cadáver horas atrás. Era una urna importada de Italia, hecha con maderos finos
cortados de algún lugar al lado de la vía Apia, o quizá en algún bosque a
orillas del mar de Ligure; para luego ser cuidadosamente cepillados y armados
sin usar un solo clavo por algún hábil artesano que silbando trabajaba mientras
sus niños jugueteaban en el patio de la casa…
–Esta me gusta.
–Buena elección, es
uno de los ataúdes más finos que hay en todo el país. –dijo Gume-
–Si, se nota.
– ¿y cómo le
gustaría que la financiáramos?
–Es que el me dijo…
–Doña Gume… –dijo
Cadáver- yo le prometí regalarle la caja a la señora, según usted me dijo
podíamos hacer con la familia o amigos especiales…
–Ah bueno. –Dijo
Gume con fingida dulzura- me encantaría obsequiarle a usted ese ataúd, pero
tenemos limitantes… usted sabe, políticas de la empresa, y si yo le doy esa
caja perdería mi trabajo de inmediato, pero hay otras que usted puede escoger.
¿Qué no le dijo nada Marcial?
–No, no me había
dicho…
–Ya hablaremos
usted y yo Marcial –le dijo Gume- amenazante.
–No, por favor, no
regañe al muchacho, el no tiene la culpa…
–Bueno. Sí nos
permiten regalar una caja, en casos especiales, pero no esa, venga por aquí le
voy a decir cuáles son.
La señora la siguió
hasta donde estaban unas cajas de corte y clavo y se las comenzó a mostrar.
Como era de esperar Cadáver desapareció y le dejó todo el asunto a la dueña del
negocio que haciéndose pasar por una empleada de mayor rango ya sabía lo que debía
hacer. No era la primera vez que pasaba, solían hacerlo en casos difíciles y
nadie había aceptado al final enterrar a un pariente en un ataúd de esos que
regalaban.
Cuando salió Gume,
acompañando a la desdichada madre, Cadáver le preguntó fingiendo vergüenza:
– ¿Le gustó alguna?
–No. No me pareció
ninguna pero de todas formas hay que sepultarlo, así que veré las otras cajas
de nuevo.
Rolando y Seco, se
llevaron a Gume diciéndole que tenía una llamada por otro servicio; todo era
parte del plan para permitir que Cadáver cerrara el telón de una actuación
perfecta.
–Lo lamento mucho,
pero es que esta gente le dice a uno una cosa y después salen con otra, pero la
preparación sí que va por mi cuenta esa sí, aunque me echen de aquí se la hago
de choto.
–No se preocupe, yo
se que usted es solo un empleado…
–Lamento que no se
quedara con el ataúd que le gustó…
Cadáver tendría ese
ataúd por mucho tiempo para descansar entre muerto y muerto hasta que después
de algunos años un rico terrateniente lo adquiriera para sepultar a su anciana
madrecita.
Algunos minutos
después del incidente, Cadáver mordisqueaba un pan de piña mientras preparaba
el cuerpo Liroboy para su encuentro con los gusanos, Rolando estaba a su lado,
aprendiendo y sosteniendo las herramientas de trabajo.
–Hey Cadáver, ¿y
cuando me vas a dar una preparación a mi?
–Tomá, deteneme el
pan y pasame el bisturí…
–Pasate de vez en
cuando algo, yo creo que ya sé bastante –dijo Rolando- además que puede pasar,
ya están muertos…
–Al rato viejo…
–Siempre decís así.
–Si tenés hambre
comete el pan, a mi ya se me quitó con la lloradera que tenes –dijo Cadáver
mientras extraía el hígado del cuerpo y se lo le enseñaba Rolando.
–No viejo, vos
crees que soy como vos…
–Entonces no estás
apto para preparar un muerto todavía…
–¡Y decís que somos
amigos!
–El otro muerto que
llegue te lo dejo –le dijo, vaciando el intestino grueso en una bolsa negra.
La insistencia por
la preparación, era la bonificación adicional que se recibía y de allí la
negación de Cadáver que estaba pasando apuros económicos desde que su mujer
había dado a luz unos gemelos enjutos y feos, igualitos a él.
Unos gatos
maullaban fuera del cuarto de preparación queriendo entrar.
Afuera amanecía.
Otro día
comenzaría, con sus afanes y ruidos de pueblucho, mal llamado ciudad. Los
empleados irían a sus labores a sudar la gota gorda por las migajas de un
sueldo mínimo que no alcanzaba, y más si tocaba esa quincena comprar la leche
de los niños.
Los animales
diurnos comenzaban su lucha por la supervivencia en un mundo marcado por la ley
del más fuerte.
Rolando se dispuso
a dormir un poco, a veces la mañanas eran tranquilas y parecía que esta lo
sería.
IV
Los primeros días
de agosto, pasaron con prisa sin detenerse a saludar a nadie, El invierno había
sido copioso y las cosechas buenas. Una que otra inundación por aquí o por allá
y algunos deslaves; pero para desgracia de Cadáver, la muerte no acompañó las
lluvias con la misma solicitud de otros años, tal vez estaba muy cansada por
tanto trabajo en el medio oriente, o quizá estaría de vacaciones en Cuba,
fumando un habano con Fidel.
En los colegios y
escuelas de todo el país, las bandas que hoy se decían de paz ensayaban marchas
de guerra, porque habría premios a los primeros lugares.
Con el paso del los
días, Rolando había progresado en su trabajo, adquiriendo mucha experiencia en
poco tiempo; ya le daban preparaciones y su nombre comenzaba a sonar en el
círculo de los "muerteros". Solo Úrsula no estaba de acuerdo, le
horrorizaba la idea de que su novio la acariciara con las mismas manos que
tocaban la sangre fría de los finados y difuntos; porque ha de saberse que en
su léxico no quiere decir lo mismo. Difunto es alguien que parte de este mundo
de manera accidental, o por causas naturales, y finado es alguien que muere por
su mano o por la voluntad de otro.
“Vos que te clavás
si es lo mismo que pelar un garrobo, lo mismo tenemos adentro…”–le decía
riéndose mientras ella huía despavorida.
Ya no era el
aprendiz a quien le gastaban bromas sus compañeros.
Cuando Cadáver lo
llevó a la funeraria unos meses atrás no funcionó como vendedor de contratos,
Rolando no tenia labia, era parco para hablar; pero tenía buena espalda y brazo
poderoso; así que Gume, a quien le cayó bien desde el principio, porque se
parecía a un novio que había tenido cuando fuera joven decidió dejarlo para
ayudar en la funeraria en lo que fuera necesario, a veces como el muchacho de
los mandados y otras ocasiones para solventar asuntos con la competencia por
vías no pacificas.
Cierta noche un
“tirador” (informante a cambio de una propina) les llamó para ir a traer un
cuerpo a la morgue del hospital Nacional San Juan de Dios.
Cuando llegaron al
sitio Cadáver le dijo:
– ¡Hey Rolando!,
andá localizá el cuerpo mientras yo me arreglo con el vigilante… a no ser que
no tengas huevos…
–¡No fregués
Cadáver, más grande son que los tuyos!
–Dale pues, yo te
alcanzo luego con el Seco
Rolando había
estado en la morgue de día, pero de noche aquello era otra cosa.
Cuando niño había
sido miedoso “in extremis” y lo seguía siendo muy en el subconsciente; pero
había logrado controlar su temor con una breve oración que aprendiera en la
iglesia.
Como ya conocía, no
le costó localizar el lugar donde los occisos esperaban con paciencia a sus
parientes.
Empujó la puerta
que solo estaba entrecerrada. ..Y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la
poca luz del lugar.
Las mantas blancas
que cubrían los cuerpos dejando por fuera los pies, le recordaron las que
usaban para cubrir a los que nacían de nuevo en su iglesia. Era irónico que
fueran similares a las de la morgue, quizá la muerte y la vida se cubrían de
manteles blancos para recordarle que solamente somos efímeras nubes flotando en
el eterno cielo azul.
Rolando caminaba
quedito, como para no despertar a los que dormían para siempre jamás, Sentía
los pies cada vez , más pesados y erizo los pelos de la espalda…
De repente en la
soledad del recinto un cuerpo se torció dejando escapar un horrendo retumbo…
–¡GROOOUUUGHT!
¡Un disparo de
adrenalina impulsó las piernas de Rolando hasta la salida! Usain Bolt, se
habría quedado con la boca abierta si hubiera visto lo rápido que devoró los
cien metros hasta el portón donde estaban El Seco y Cadáver desternillándose de
la risa.
–¡Hey Cadáver no
sabes lo que me acaba de pasar!–dijo cuando pudo hablar.
–No a ver, contame.
–Yo entré a la
morgue, así como yo ando siempre un poco despistado, cuando de repente uno de
los muertos se movió, gritó algo y…
El Seco y Cadáver
se morían de la risa, así que Rolando no dijo nada más y comenzó a sentir que
había sido víctima de una broma, ¿pero cómo? sus compañeros estaban allí en el
portón ¿había alguien más en el depósito de cadáveres?
–No te clavés
Rolando eso es natural, todos tenemos gases en el estomago, o sea pedos pues, y
cuando nos morimos estos buscan como salir; y ese fue el ruido que vos oíste,
¡el eructo de un occiso!
–¿Y porque no me
dijeron?
–Entonces cual es
el chiste, además son gajes del oficio…
–¡Pasmados!-dijo
Rolando, agriado.
–No te enojes por
nimiedades. Además todos hemos pasado por eso. Yo se lo hice a Cadáver y a mí
me lo hizo Ismael, es una cadena, algo así como una iniciación para los nuevos.
–Yo sabía que les
crecía la barba y las uñas, pero de eructos nada…
Esos días habían
quedado atrás. Ahora era respetado y como era bien parecido, Gume le prodigaba
un trato especial. Hasta le habían ofrecido trabajo en El Divino Niño, pero él
no era de los que cambian de bando con facilidad.
Habían pasado trece
días del mes octavo y Rolando se notaba un poco raro, ya no era el mismo de
siempre. El Seco estaba extrañado y Cadáver aun más… ya era suficiente que
Derbez (Así le decían) fumara solo con la mano izquierda por motivos que él no
les había querido contar porque ellos no entenderían. Ya no decía malas
palabras ni miraba películas pornográficas con ellos. Todo parecía indicar que
algo raro le estaba pasando. Ellos lo estimaban y habían tratado de sacarle
algo pero solo les había dicho que el siguiente día sería un gran día y que por
eso el debía estar tranquilo…”
V
Como a las once de
la mañana sonó el teléfono de Cadáver.
Rolando, recostado
en una mugrosa colchoneta suspiró y se bajó la gorra a la altura de los ojos,
él sabía que el timbre del teléfono significaba una sola cosa: hora de
trabajar.
Había estado un
poco diferente a lo normal, se ausentaba mucho y a veces cuando salía a
"muertear" se tardaba más de lo debido en regresar a la funeraria,
por momentos se quedaba en un estado de desconexión total con la realidad,
pensando en quien sabe qué cosa. Todos imaginaban que a lo mejor tenía
problemas con su novia o que andaba haciéndole algún favorcillo a alguna mujer
casada, como acostumbraba.
La verdad es que el
joven "Muertero", Había por fin encontrado el rastro al asesino de su
primo, y solamente le restaba atar algunos cabos antes de estar seguro.
Por un momento su
mente voló muchos días atrás, hasta la escuelita del Gavilán donde cursara los
primeros años de estudio; para poder llegar debía caminar casi un kilómetro por
un camino polvoso y atravesar una quebrada que en invierno se desbordaba; de
vez en cuando se encontraba con algún jinete que silbando regresaba de dejar el
ganado en algún potrero cercano. Había arbustos de flor de mayo por todo el
trayecto y palos de mango apedreados por los estudiantes. En su memoria
olfativa aun percibía el fuerte aroma a monte y boñiga de las vacas que habían
pasado más temprano, antes que el sol comenzara a pintar de amarillo las copas
de los palos carao. Sabía que Liche, su amigo, había pasado por allí montando a
Lirio, el caballo blanco, que terminaría matando don Alberto con una sobredosis
al inyectarlo.
Antes de salir para
la escuela desayunaba con leche pura de vaca (no como la que venden en la
ciudad) y llevaba unos franceses con huevo en la mochila para más tarde. Como
casi nunca llevaba dinero, le tocaría aguantarse las ganas de los Deli pop que
compraban los niños con padres más adinerados. El tendría que conformarse con
ir a pedir agua donde niña Paulita.
– ¡Hey Rolando, despertate!
–le dijo Cadáver- hay trabajo que hacer.
–Mmm si permitime.
–Vamos para el
hospital, me acaba de llamar el Doc. decile al Seco que se lleve unos perritos
(cipotes “buscapleitos” que les ayudan cuando hay problemas)
Rolando hubiera
preferido quedarse en la colchoneta, recordando otros días mejores antes que
acompañar a Cadáver en otra salida, no porque le disgustara trabajar, sino
porque existía la posibilidad que hubieran problemas y él quería estar en paz…
al menos hasta el día de mañana.
No solo tenían
tiradores (Informantes cuando hay algún muerto) en la policía, también los
había en el bajo mundo del crimen organizado quienes hasta les avisaban antes
de hacer algún ajuste de cuentas e incluso en los hospitales privados y
nacionales había galenos que iban tras una parte de la ganancia que genera la
muerte de una persona, olvidando por unos dólares más su valioso juramento… al
menos en ese país olvidado de Dios, las cosas eran de ese modo, primero come el
más fuerte, el cazador, el que mata impunemente sin que nadie diga nada,
después las hienas, que casi siempre van tras el depredador, después los
chacales, los perros salvajes, los buitres y cuando ya se cree que nadie puede
aprovechar nada, sale de la tierra la numerosa familia de la hormiga para dar
cuenta de lo más pequeño, es un circulo donde nada se desperdicia. (El que
tenga inteligencia entienda)
Rolando conducía
tan rápido como se lo permitía el tráfico de esa hora. El calor era sofocante y
nunca ponían el aire acondicionado del vehículo porque Cadáver comenzaba a
estornudar sin remedio a veces hasta por dos o tres días, perdiendo todos sus
poderes como vendedor y poniéndole de un genio insoportable. ¡Era mejor
aguantar un poco de calor… o muchísimo calor!
Llegaron justo unos
segundos antes que la competencia. Cadáver rápidamente cruzó el portón que
custodiaba un conocido, Rolando el Seco y los Perritos se apostaron en la
entrada. Después llegaron los de la funeraria rival y como no los dejaron
entrar por la buena se armó la trifulca…
Dentro del
hospital, cubierto por sus compañeros, Cadáver con labia desmedida convencía a
los familiares del muerto para que se hicieran con los mejores servicios
funerarios de la zona.
Afuera ardía Troya,
Rolando era valiente como un león y el solo daba cuenta hasta con tres
adversarios. Era el más fuerte de los siete hermanos y aunque pocos lo sabían,
he de deciros que el humilde pastor de la lejana iglesia en Cantarrana, había
sido en sus días de juventud cinturón negro en judo y no les había enseñado
solo doctrina a sus hijos… el Seco y los Perritos hacían lo que podían.
¡Dientes se rompían
al contacto con los puños y algunas caras eran raspadas contra el pavimento o
zambullidas en el lodo de la cuneta!
Era aquello un
circo gratuito para el deleite de las vendedoras que se apostaban a orillas del
hospital, algunas animaban a Rolando y al Seco y otras a los del Divino Niño.
La policía, de
seguro llegaría “después” como siempre ya cuando no había nada que hacer.
A media batalla,
justo cuando ya las vendedoras comenzaban a apostar sobre quien iba a ganar,
salió Cadáver con aires de alta alcurnia y la pelea terminó. Todos supieron, a
juzgar por su cara que el negocio estaba cerrado y que seguirse dando de golpes
era ya un espectáculo inútil.
¡Todo por culpa del
tráfico!
Llegar un par de
segundos tardes en ese negocio significaba a veces perder el contrato.
VI
Rolando apuntó
directamente al pecho de Filiberto el cañón de una pistola 9 mm pavonada. Era
imposible fallar un disparo tan fácil.
—Supongo que no
viene usted a robar... si me va a matar hágalo y váyase—dijo Filiberto con
tranquilidad– sin dejar de lavar la caca de los chanchos, embarrándose las
botas de cuero volteado y también la parte baja del pantalón.
Tiempo atrás,
cuando llegó al lugar donde estaba el cadáver de su primo, aparte de los
casquillos notó que había huellas de zapatos “Burritos” por lo tanto era muy
probable que el asesino fuera una persona humilde y trabajadora.
Pero una simple
huella en el polvo señalaba cientos o quizás miles de posibles asesinos, puesto
que ese calzado era muy común en el país, no obstante notó que en una de las
huellas había una pasta negra y mal oliente: ¡excremento de cerdo!
Recostado en la
colchoneta, mientras Cadáver roncaba en el mejor ataúd de la funeraria pudo
atar algunos cabos. El asesino debía trabajar en alguna porqueriza o tener
cierta relación con los cerdos.
Durante semanas, se
dió a la tarea de buscar en toda la ciudad quienes tenían chiqueros, analizando
con cuidado todos los detalles sobre ellos, sus horarios de salida, entrada y
otras cosas que pensó pudieran ser útiles: pero aun así era difícil saber quién
era el culpable, si es que lo era; podía ser también cualquier persona que
hubiera pisado el excremento por casualidad.
Entonces una noche,
su cerebro pudo de alguna manera omitir el olor de la pólvora quemada en el
casquillo; para percibir el delicado perfume del aceite para bebé que su
memoria olfativa guardaba en los más recónditos arcanos de su infancia.
¡Era el cabo que
faltaba!
Solo había una casa
de las que vigilaba donde había un recién nacido.
¡Se llamaba
Filiberto! sin duda el desgraciado había usado el aceite del bebé para limpiar
la pistola antes de cometer el asesinato.
La sirena de una
ambulancia que gritaba despavorida mientras se abría paso entre la trabazón de
las seis de la tarde llegaba hasta los chiqueros en las afueras de la ciudad.
Rolando apuntaba nervioso, pero la mano no le temblaba ni remotamente, aunque
si le sudaba un poco. había aprendido a controlar sus emociones y las balas
eran explosivas con una o dos bastarían.
Filiberto dejó de
hacer su cotidiano trabajo y se enderezó; pero no para defenderse sino para
verlo de frente.
—La vida me pesa
desde hace un par de años…
Aquel hombre que
tenía el valor de ver la muerte a los ojos sin acojonarse no era un jovencito
como el que lo amenazaba en ese momento con un arma; era un chanchero
cincuentón, curtido por la vida y con más mataduras en el cuerpo que pelos en
la cabeza.
Suspiró con fuerza
y se quitó el mugroso sombrero que había comprado mil años atrás en un tiangue
cercano, para limpiarse el sudor de la frente con el antebrazo, dejando notar
las múltiples marcas que dejaran los marfiles de los furiosos cuinos, cuando
eran descolmillados para que no se lastimaran en las porquerizas.
—Su amigo… o lo que
fuera de usted, era un maldito… violó y asesinó a mi Hijita, ¡lo maté con el
mayor de los gustos y lo mataría mil veces más si se pudiera! yo que espero nos
encontremos en el infierno para terminar de saldar nuestras cuentas.
Las palabras del
chanchero calaron hondo en el cerebro de Rolando.
– ¿cómo sabe por
qué estoy aquí?
—Sabía que tarde o
temprano alguien daría conmigo…
— ¡Por eso dejó el casquillo!
Rolando de pronto
había perdido el deseo de matar a aquel pobre diablo que estaba frente a él.
Aquel hombre más bien parecía haber muerto hace tiempo y haberse quedado en
este mundo solamente para lavar los cuchitriles con la confianza de que un
casquillo de bala lo liberara para siempre de su infierno.
Recordó cuanto le
había costado dar con el asesino; todas las horas que había pasado investigando
y caminando por casi toda la ciudad o quedándose quieto durante horas para
conocer la rutina de muchos cuidadores de cerdos y ahora no tenía el deseo para
matarlo.
<<Lo
prohibido es siempre lo mejor, lo que más se disfruta>> le había dicho su
primo alguna vez, entre bocanadas de marihuana; Y en efecto el lo había
experimentado cuando seducía y poseía con lujuria alguna mujer casada; pero…
¿lo prohibido era violar y matar la única hija de un hombre trabajador?
Ahora conocía la
razón por la cual había muerto Bryan Ronaldo: lujuria y drogas.
<<Los pobres
solo matan por dos razones: por venganza y por la honra>> pensó
Sintió de nuevo
deseos de matar a Filiberto, pero esta vez por compasión para liberarlo para
siempre de la infame situación que lo había rebajado hasta convertirlo en un
simple despojo humano transitando por un mundo sin sentido.
<<Siempre
habrá una razón para vivir y aun cuando no lo parezca, el tiempo termina por
sanar cualquier herida por profunda que sea>> recordó lo que siempre le
decía su padre cuando lo invitaba a comer helados.
<<Cuando
murió mi madre, tu abuelita; yo creí que todo había terminado para mí, que
nunca se me iba a quitar el dolor; pero años después aquí estoy con vos
disfrutando un sorbete de fresa…>>
Filiberto,
consumido por el dolor y la venganza había olvidado que tenía un nieto, el
mismo a quien su primo había dejado sin madre.
Rolando bajo el
arma, introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón para sacar el casquillo
que lo había llevado hasta allí y lo puso en el murito de ladrillo que dividía
las porquerizas, vio por un instante los humildes zapatos del chanchero y dando
media vuelta regresó a la funeraria.
Filiberto siguió
lavado la porqueriza.
—Miguelan.
“Historia Basada en
Hechos reales, los nombres fueron cambiados por razones obvias y quizás fuera
exagerara un poco por el escritor”
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