EL MAESTRO.
El maestro y el discípulo buscaron la sombra de un frondoso árbol, que se erguía estoico a la inclemencia de los elementos, desde tiempos en que la memoria humana no era capaz de recordar.
Era un medio día de
febrero.
Una brisa ligera que
soplaba del este, agitaba los cabellos del maestro y dejaba en libertad algunas
hojas que mecidas por el viento encontraban muchas veces las cristalinas aguas
de un riachuelo que se deslizaba entre la hierba y las flores silvestres.
Los ojos castaños del rabí
escrutaban el horizonte; el discípulo miraba sus sandalias. Y aunque los pies
del maestro estaban sucios por el polvo del camino, a él, le parecían hermosos.
Hacía ya mucho tiempo que
aquel hombre lo había encontrado en el oscuro callejón de una pecaminosa
ciudad; lo halló agonizante; habiendo sido golpeado con salvajismo y herido por
un rico mercader a quien había querido despojar de su dios…
Al despertar de su
inconsciencia, se encontró unos ojos serenos, sin reproche o enojo.
Ningún consejo o regaño
recibió de los labios de aquel desconocido, quien al verle que había despertado
sonrió con sinceridad.
Sus manos limpiaban con
firmeza las heridas aun sangrantes, aplicando vino abundante, haciéndole
retorcerse de dolor. Después aplico un ungüento hecho con aceite de oliva y
miel.
¿Acaso no sabía quién era
él? Nada bueno recordaba haber hecho en su corta vida de mal viviente ¿Por qué
se molestaba en curarle?
–Muchos caminos llevan al
hombre a un mismo lugar –dijo el extraño.
¿Qué quería decir? En ese
momento no lo comprendió.
<<debe ser un santón
iluminado que camina por el mundo haciendo el bien>> Pensó.
–No soy muy diferente a ti
–le dijo sorprendiéndole- solamente soy un hombre que transita un camino
distinto… aunque al final llegaremos al mismo destino.
Terminó de vendarle y
entablillarle las diferentes fracturas y se retiró para que pudiera descansar.
Se quedó a su lado muchos
días, hasta que viéndole completamente recuperado se dispuso a marcharse.
—¿Cómo te llamas?
—El nombre de un
desconocido no dice nada a quien lo oye.
—Dice mucho si ese
desconocido le ha salvado la vida.
El Rabí sonrió, y le dijo
su nombre al muchacho; estaba maravillado con la respuesta.
— ¿puedo ir contigo?
— ¿puedes?
El hambre llevó de regreso
al discípulo, hasta el mediodía de febrero y abrió el zurrón para sacar un poco
de pan. El maestro seguía con la mirada en la lejanía. Lo partió y poniendo un
poco de vino en una taza de latón lo ofreció al rabí.
Mientras comían, unas
mariposas de alas amarillas que volaban cerca, interrumpían el silencio
produciendo un extraño sonido al acercarse, como pequeñas detonaciones ¿Cómo lo
hacían? se preguntó el discípulo.
—Lo maravilloso es que
puedan hacerlo, no como lo hacen-dijo El Maestro.
El discípulo ya no le
sorprendió que el rabí se adelantara a sus pensamientos, después de caminar a
su lado, aquello le iba resultando natural.
–Maestro… son muchas las
preguntas que se agitan en mi cabeza; pero cuando logro capturar alguna para
examinarla con detenimiento solamente logro que salgan otras… y otras. Sin
embargo recordando el día en que me encontraste hay algo que me inquieta: El
otro día cuando te insultaron en aquella avenida tuve deseos de matar al sujeto
que tan mal te trató. Y al haberme detenido de pronto me sentí como una fiera
encadenada sin poder actuar y aunque no hice nada, dentro de mí había un fuego
que me consumía.
¿Es la naturaleza humana
susceptible a la metamorfosis total?
El maestro sorbió un poco
de vino y lo dejó reposar en su boca un par de minutos cerrando los ojos antes
de responder, el discípulo esperó.
– ¿si encerramos un tigre
en una jaula, dejará de ser tigre? ¿Puede ser feliz la quimera subyugada con el
cuello bajo la bota inquisidora del falso rabadán? pretender que ha
desaparecido el destello selvático de sus ojos seria mentir…
— ¡las cuerdas pueden
atarlo pero siempre será una fiera! —exclamo el discípulo
– ¿Por qué?—preguntó el
maestro.
– ¡porque en su corazón
está la levadura de la selva!
El maestro lo vio con
infinita bondad, como mira un padre a su hijo que apenas balbucea y ya quiere
saber los grandes enigmas de los adultos.
Había caminado muchos
senderos oscuros y había encontrado en ellos preguntas sin respuesta aparente
para los simples mortales, pero ahora debía responder una pregunta sencilla,
una interrogante que el mismo discípulo le había respondido
–El tigre no es malo, ¡El
tigre es tigre y actúa según su naturaleza!
– ¿y cuál es la naturaleza
del hombre? preguntó el joven.
–Mi maestro dijo una vez
que el Padre sembró en el corazón del hombre buena semilla…
– ¿Tú tienes un maestro?
preguntó sorprendido el aprendiz.
Como respuesta, solo
obtuvo una sonrisa.
–La naturaleza del hombre
es el bien, pero vino el enemigo y sembró cizaña, lo que algunos llaman mala
levadura…
El discípulo estaba
maravillado por la sabiduría de su maestro sin duda se quedaría largo rato a su
lado antes de iniciar su propio camino, la tarde había caído y era necesario
continuar…
Miércoles, 20 de febrero
de 2013.
—Miguelan.
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