miércoles, 1 de noviembre de 2023

PASTEL

 PASTEL

(Cuento)

— ¡Salgan del vehículo todos!—Ordenó el comandante apuntando su fusil
semiautomático a la cabeza del conductor, después de escuchar unos gritos apagados en el baúl del viejo sedán.

Dos sub alternos, y tres soldados le imitaron rodeando al peligroso grupo.

Aquello era lo más emocionante que les había sucedido ese día.

— ¡Despacito y sin hacer nada sospechoso!—volvió a gritar.

Estaban allí desde las cinco de la tarde escuchando excusas de motociclistas que conducían sin licencia y juramentos de borrachos que por su madrecita aseguraban no haber ingerido más que una simple cerveza.

A unos multaban y a otros dejaban ir, aquello era a criterio del veterano policía.

Uno a uno fueron saliendo del viejo y cuadrado automóvil amarillo que parecía taxi: Jarabe, Dodoria, Caleb y Cápsula.

Un soldado los iba acomodando en fila a orillas de la carretera, arrodillados y con las manos en la nuca.

Cuando salieron de Santa Ana nunca se imaginaron que algo asi pudiera llegar a pasarles

¡Aquello debía ser castigo de Dios!

Ya el pastor les había advertido que si desobedecían y se iban para el carnaval de San Miguel y por desgracia les pasaba algo su condenación estaba asegurada.

No eran vagos, eran jóvenes sanos, rebeldes y desobedientes que a veces iban a la iglesia.

El tráfico se hizo de pronto más lento. ¡Todos querían ver qué pasaba!

Un grupo de muchachos arrodillados a orillas de la carretera era un espectáculo que despertaba la curiosidad de cualquiera.

¿Cómo llegaron a esa situación?

Pastelito, el más joven de todos, iba liberando cada cierto tiempo unas horribles flatulencias, capaces de destruir el sistema olfativo más resistente del planeta.

Le advirtieron que si seguía, lo iban a meter en baúl.

El muchacho hizo lo que pudo; pero le fue imposible contener por mucho tiempo los esfínteres y volvió a llenar el automóvil de espantosas ventosidades.

Al décimo noveno gas no pudieron soportar más y entre todos lo cogieron y lo introdujeron en el baúl del coche.

Pastel golpeó y pateó el baúl, lloró y suplicó… fue inútil.

El viaje siguió ahora más tranquilo, pusieron música de Zona Ganjah y se olvidaron de pastel, y sus horribles cuescos.

Camino del aeropuerto Monseñor Romero, poco después de Olocuilta un retén les hizo parada.

—Documentos por favor… ¿es un taxi pirata?

—No señor, este es mi carro—dijo Caleb.

— ¿Para dónde van?

—Para San Miguel, al carnaval.

Pastel se dio cuenta que el automóvil se había detenido y comenzó a golpear el baúl para que lo dejaran salir.

Los policías se alertaron y encañonaron a todos ordenándoles que salieran del automóvil y los pusieron de rodillas a orillas de calle con las manos en la nuca

— ¿A quién traen secuestrado?

—Ese es un chero que llevamos allí—dijo Dodoria

— ¡abrí el baúl, despacito y no vayas a intentar huir o te voy a deshacer las rodillas a balazos hijuep...!

Caleb abrió el compartimiento con cuidado, dejando ver en fondo a Pastelito tratando de acostumbrar sus ojos a la fuerte luz de la linterna del agente.

— ¿a-migos?

— ¿conoces a estos vos?

Pastel desorientado y con lágrimas en los ojos confirmó la historia.

El policía elaboró una multa de cincuenta y siete dólares con catorce centavos, para que no anduvieran de tontos, debiendo detenerse por momentos ya que la risa le impedía escribir con naturalidad.

Y Pastelito debió pagar la multa a regañadientes.

 

Colaboración: Don Hannibal (historia verídica según él)

—Miguelan 2021

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