PASTEL
(Cuento)
semiautomático a la cabeza del conductor, después de escuchar unos gritos apagados en el baúl del viejo sedán.
Dos sub alternos, y tres
soldados le imitaron rodeando al peligroso grupo.
Aquello era lo más
emocionante que les había sucedido ese día.
— ¡Despacito y sin hacer
nada sospechoso!—volvió a gritar.
Estaban allí desde las
cinco de la tarde escuchando excusas de motociclistas que conducían sin
licencia y juramentos de borrachos que por su madrecita aseguraban no haber
ingerido más que una simple cerveza.
A unos multaban y a otros
dejaban ir, aquello era a criterio del veterano policía.
Uno a uno fueron saliendo
del viejo y cuadrado automóvil amarillo que parecía taxi: Jarabe, Dodoria,
Caleb y Cápsula.
Un soldado los iba
acomodando en fila a orillas de la carretera, arrodillados y con las manos en
la nuca.
Cuando salieron de Santa
Ana nunca se imaginaron que algo asi pudiera llegar a pasarles
¡Aquello debía ser castigo
de Dios!
Ya el pastor les había
advertido que si desobedecían y se iban para el carnaval de San Miguel y por
desgracia les pasaba algo su condenación estaba asegurada.
No eran vagos, eran
jóvenes sanos, rebeldes y desobedientes que a veces iban a la iglesia.
El tráfico se hizo de
pronto más lento. ¡Todos querían ver qué pasaba!
Un grupo de muchachos
arrodillados a orillas de la carretera era un espectáculo que despertaba la
curiosidad de cualquiera.
¿Cómo llegaron a esa
situación?
Pastelito, el más joven de
todos, iba liberando cada cierto tiempo unas horribles flatulencias, capaces de
destruir el sistema olfativo más resistente del planeta.
Le advirtieron que si
seguía, lo iban a meter en baúl.
El muchacho hizo lo que
pudo; pero le fue imposible contener por mucho tiempo los esfínteres y volvió a
llenar el automóvil de espantosas ventosidades.
Al décimo noveno gas no
pudieron soportar más y entre todos lo cogieron y lo introdujeron en el baúl
del coche.
Pastel golpeó y pateó el
baúl, lloró y suplicó… fue inútil.
El viaje siguió ahora más
tranquilo, pusieron música de Zona Ganjah y se olvidaron de pastel, y sus
horribles cuescos.
Camino del aeropuerto
Monseñor Romero, poco después de Olocuilta un retén les hizo parada.
—Documentos por favor… ¿es
un taxi pirata?
—No señor, este es mi
carro—dijo Caleb.
— ¿Para dónde van?
—Para San Miguel, al
carnaval.
Pastel se dio cuenta que
el automóvil se había detenido y comenzó a golpear el baúl para que lo dejaran
salir.
Los policías se alertaron
y encañonaron a todos ordenándoles que salieran del automóvil y los pusieron de
rodillas a orillas de calle con las manos en la nuca
— ¿A quién traen
secuestrado?
—Ese es un chero que
llevamos allí—dijo Dodoria
— ¡abrí el baúl, despacito
y no vayas a intentar huir o te voy a deshacer las rodillas a balazos
hijuep...!
Caleb abrió el
compartimiento con cuidado, dejando ver en fondo a Pastelito tratando de
acostumbrar sus ojos a la fuerte luz de la linterna del agente.
— ¿a-migos?
— ¿conoces a estos vos?
Pastel desorientado y con
lágrimas en los ojos confirmó la historia.
El policía elaboró una
multa de cincuenta y siete dólares con catorce centavos, para que no anduvieran
de tontos, debiendo detenerse por momentos ya que la risa le impedía escribir
con naturalidad.
Y Pastelito debió pagar la
multa a regañadientes.
Colaboración: Don Hannibal
(historia verídica según él)
—Miguelan 2021
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