miércoles, 1 de noviembre de 2023

JUSTICIA

 JUSTICIA.

(Cuento)

"Está en su derecho de hacer justicia", le dijo el juez de paz, que era amigo suyo.

Dalia cargó el revólver y lo puso en la mano de su esposo, con los ojos apagados por la amargura. Había aprendido a fumar en las noches de vigilia en las cuales rogaba a Dios que le permitiera ver a su hijo aunque fuera una sola vez, en el destello de algún relámpago, para despedirse de él.

Abraham tomó el arma y montó en su mula, con dirección a la casa del asesino. Tres de sus hombres, montados en enormes caballos, le acompañaban, armados y decididos a todo. Ellos también creían que asesinar por la espalda era una vileza que debía vengarse.

Cuando llegaron a Los Perros de Agua, en el patio de una miserable casa, se lo encontraron de frente, rodeado de su madre y un puñado de niños con estómagos abultados. Era gente humilde, y el criminal era un asustado muchacho de la misma edad que José Belisario, con un gastado machete en la mano, temblando y casi orinándose en los pantalones.

Todos se quedaron estupefactos, esperando el momento del desenlace. Abraham sacó el revólver.

—¡No me mate a mi muchacho, don Abran! —suplicó la madre. Se puso frente a él con las manos abiertas, mientras los demás niños desnudos y sucios comenzaban a llorar a coro.

Él suspiró y bajó el arma. "Te perdono", le dijo, y se marchó para siempre de ese lugar. Había visto por un instante cómo aquella muerte desencadenaría una serie de venganzas futuras entre las familias, llevándose en ella la vida de muchos más.

—¿Por qué no lo mataste? —le reclamó Dalia enfurecida.

—Si mi hijo regresara a la vida con matar al criminal, no habría dudado en hacerlo —respondió él, guardando la venganza para siempre en la gaveta de su escritorio.

 

—Miguelan




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