EL MUERTO DE LAS TRES
(CUENTO)
A Evelio Castro, lo encontraron colgado en la viga de su cuarto, mecido levemente por el vientecillo caliente de las tres de la tarde.A
la tres, porque las cuatro era muy tarde y las dos demasiado pronto.
—
¡Se ahorcó don Evelio! ¡Se ahorcó don Evelio!
El
grito angustioso se repitió de puerta en puerta, de esquina en esquina, hasta
llegar a la casa parroquial cercana, donde el cura Narciso Luna, roncaba como
un bendito en la hamaca del corredor.
—
¿Qué se murió quién?
—
¡Don Evelio!
—
¿Cómo que se murió y me debía?
—
¿De verdad le debía padre?
—
¡No, muchacho fatuo! es un decir, ¡una exclamación de sorpresa!
—Vamos,
vámonos para allá, alcánzame los oleos y un rosario… ah pero antes ayúdame a
levantarme, esta hamaca está muy bajita.
Evelio
siempre fue un buen hombre, le hacía favores a todos, aun a aquellos que le
caían mal a su esposa; por supuesto sin que ella se diera cuenta.
Todos
en el pueblo lo querían, y era raro quien nunca hubiera recibido al menos una
sonrisa de aquel gentil hombre.
—
¡Sos un ingenuo Evelio por Dios! ¿No te das cuenta que solo se aprovechan de
vos?—decía ella torciendo una boca de labios finísimos, mientras se preguntaba
por qué se había casado con aquel hombre de aspecto moruno; sí a ella le
gustaban los varones blancos y de ojos azules.
Un
buen día, se murió de una cólera; ¿de qué otra cosa podía morirse si no, una
señora como ella? dejando al pobre Evelio hundido en la más profunda depresión.
—Te
volvés a casar Evelio, mira que sos un hombre arruinado que ni siquiera sabes
lavar un calzoncillo.
Y
asi pasaron tres años.
Algunas
solteronas intentaron enamorarlo sin resultado alguno; El hombre, seguía
enamorado de su esposa… o de su recuerdo.
Seguía
sirviendo dos tazas de café por las tardes, y cuidando con esmero el variado
jardín de suculentas que su amada había coleccionado durante años, debido a que
era la única especie de plantas que no se le secaba.
El
cuarto estaba muy ordenado y limpio, en la mesa había un manoseado álbum de
fotos, un bolígrafo barato y una nota con fecha del día anterior dirigida a
quien pudiera interesar:
“A
nadie se culpe de mi muerte…”
Narciso,
se puso los lentes y con un leve temblor en los labios caídos y curtidos por el
vino, balbuceo para sí mismo los últimos pensamientos de un hombre atormentado.
Después
de un par de minutos levantó la vista sobre los cristales para ver a los
entrometidos que habían atiborrado el lugar.
—
¡Ahora si están todos aquí! ¿Dónde estaban cuando este pobre hombre necesitaba
conversar con alguien?
<<
¿Y vos dónde estabas?>> le dijo la molesta vocecilla interna.
Avergonzado
agachó la cabeza, sintiendo que pudo haber hecho más por aquel desgraciado que
seguía meciéndose en la viga mientras la sombra de las hojas del almendro, se
movían en el polvo del verano como un caleidoscopio de formas temblorosas en el
vapor del medio día.
Los
polluelos piaban con desesperación atormentados por el calor, que un perro
trataba de calmar dormitando entre los troncos humedecidos por el agua del
lavadero comunal.
Evelio
pasaba de vez en cuando a conversar con él; le atendía con prisas y de mala
gana; porque estaba cansado de las mismas preguntas.
¿Dónde
van los que mueren?
¿En
la otra vida nos conoceremos?
¿Cómo
aprende a vivir uno para sí mismo cuando ha vivido siempre para alguien más?
A
lo lejos el motor perezoso de un molino, no lograba apagar sus remordimientos.
Los
marañones caían de vez en cuando apagados por la carcoma del estío.
Antes
de colgarse con un lazo nuevo, Evelio se afeitó, se vistió la ropa de domingo y
se puso el ultimo poquito de colonia que le había regalado su esposa. Tuvo
además el buen juicio de dejar la puerta entreabierta, para no agusanarse sin
que nadie se diera cuenta, como pasó con Rogelio Murillo, a quien encontraron
después de casi seis días, delatado por el hedor y los zopilotes que se posaron
en el techo de la casa.
—
¡Dios santo se va a condenar este pobre hombre!—dijo la vecina de rodillas
callosas, mientras bajaban el cuerpo y lo colocaban en el camastro de sábanas
pulcras.
—
¡El suicidio es un pecado mortal! —replicó el fariseo de inmaculado vestuario,
al quitar el lazo del cuello en el cual se había colocado un pañolón español
rojo, para evitar la rozadura y hacer más suave la partida.
—
¡No es verdad nada de eso! —Dijo entre eructos el borrachito del pueblo— don
Evelio ya estaba difunto desde hace tres años ¿Cómo puede suicidarse un muerto?
<<Espero
que se encuentren en la Eternidad>> murmuró Narciso, recordando a la
esposa del ahorcado.
—Oremos
hermanos…
—Miguelan
2021
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