LOS INMORTALES.
I
herrumbrosa de las humildes chozas que se erguían miserablemente en lo que antes fuera el paso del ferrocarril.
Fueron días oscuros como no
recuerdo otros, cada quien hacia justicia por su mano y la policía ajusticiaba
a quien quería sin que nadie dijera nada...
La quietud de la noche, no tardó
en convertirse en una desordenada y estrepitosa balacera seguida de un silencio
que ni los perros se atrevieron a interrumpir con sus ladridos.
Eran los días de los inmortales,
criaturas sombrías y grises, de ojos apagados que caminaban como sombras casi
sin dejar huellas en las polvosas veredas de Ixhuatán.
Muchas veces los vi pasar frente
a la casa. No saludaban a nadie, no sonreían a nadie ni aun miraban a nadie,
caminaban cabizbajos como si quisieran no ser vistos, rara vez veían a los ojos
a alguno, y rara vez alguno les sostenía la mirada, no parecían peligrosos… ¡no
parecía que hubieran segado tantas vidas!
Esa tarde, me encontré uno de
ellos mientras caminaba por una solitaria calle.
¡Lo reconocí de inmediato! su
escuálida figura y su forma de caminar eran inconfundibles, llevaba el cabello
largo y al andar cabizbajo le cubría medio rostro. Si hubiera podido me habría
cambiado de acera, pero creí conveniente seguir derecho, había oído que mataban
solo por mirarlos mal y no quise arriesgarme... cuando estuvo a unos dos metros
levanto la cabeza y me miró, situación extraña; nunca miraban a nadie. Sus ojos
eran oscuros y vacíos... no tenia expresión alguna, como si no tuviera alma...
le sonreí, como acostumbro y le dije hola, pero su rostro permaneció
inexpresivo, después bajo la cabeza, y paso a mi lado...
¿Seguían siendo humanos?
Fueron humanos algún día,
tuvieron nombre y apellido alguna vez cuando fueran unos niños beatos que
asistían a la iglesia de la mano de su beata madre, pero hoy nadie lo
recordaba.
Eran cuatro y les llamaban
inmortales porque eran incontables las veces que habían querido eliminarlos y
parecía que ninguna bala, ningún machete, ningún hombre podía matarlos, ese era
su pacto, esa era su maldición...
Nunca supe que procuraran
venganza, mientras no se sintieran amenazados, caminaban al lado de quienes habían
querido asesinarlos, como animales en una inmensa selva de animales...
Días atrás un carro de la policía
que patrullaba la zona había sido atacado, y se rumoraba que al menos uno de
ellos estaba implicado, pero nadie lo hablaba abiertamente la sinceridad en
este caso, como en otros, atraía la gélida guadaña de la muerte.
II
Patricia, había nacido en Siramá,
una lejana ciudad al oriente del país, desde pequeña fue muy aplicada en sus
estudios, hasta que llegó a la universidad y conoció a Fidel, un policía
corrupto que se vendía al mejor narcotraficante y le gustaba desvirgar niñas
buenas como patricia...
Pero después de muchos días Fidel
comenzó a tener problemas, por aquello de que no se puede servir a dos señores
y como la cosa empeorara cuando fue depurado, no tuvo más opción que marcharse
para los Estados Unidos, justo el día que una prueba barata le confirmo a
patricia que estaba embarazada.
—Mire mi hijita, ese su maridito,
a saber si va a llegar, y si lo hace quien sabe que se acuerde de usted por muy
bonito culo que tenga, así que va a ser mejor que lave ropa ajena...
— ¡Ahh no! Abuela, eso sí que no.
¿Cómo va a creer que yo voy a lavar ajeno? ¡Soy universitaria!
— ¿Y eso qué? mientras no tengás
el cartón no sirve de nada, además ¿quién la manda a andar de coscolina? y
menos a meterse con un policía como que si no supiera que esos y los cobradores
son igualitos...
— Mire abuela, yo no sé que le
han dicho de Fidel, pero no por uno quiere decir que todos son iguales, además
yo quiero ser policía como él, para y servir al prójimo y a la patria...
Doña Martina suspiró
profundamente, ¡que muchacha tan terca! supo que sería imposible persuadirla de
abandonar tan descabellada idea, y lloró al saber que la vida le enseñaría con
mano dura lo que ella le decía hoy con amor.
Por un momento, solo mientras
suspiraba, se le vinieron a la mente días muy lejanos, de esos que se quedan
para siempre en la memoria, mucho tiempo atrás cuando escuchara las mismas
palabras de labios de su única hija...
Eran los años ochenta y recién
habían matado a un famoso líder espiritual que agitaba al pueblo en contra del
gobierno.
Entonces fue Martita la que le
dijo exactamente lo mismo,
Era una frase que se repetía una
y otra vez, como una fatal maldición que seguía a su familia.
— ¡Esos perros oprimen al pobre y
están desangrando la nación con ayuda del imperialismo. Mamá y mientras no se
levante el pueblo vamos a seguir peor!
— ¿Pero hijita, y cuando vos has
andado en esas cosas?
— ¡Yo quiero ser útil a la patria
mamá quiero contribuir a que este pedacito de tierra salga adelante!
— ¡Te van a matar! ¿No has visto
como amanecen tirados en las aceras o colgados en los puentes?
— ¡No importa si muero, mi sangre
va a fecundar el suelo de Cuscatlán!
— ¡Ya hablas como ellos, te han
lavado la cabeza!
—Usted confíe en mí y cuídeme a
Patricia, que esto no va a durar tanto, dicen los comandantes que el gobierno
está débil y que a la primera embestida cae, ya todo está listo.
Fue inútil cualquier cosa que se
le dijo, no hubo forma de convencerla.
No volvió a saber de ella,
— ¡Abuela!
— ¿Ah?
— Usted por ratos se queda ida.
Ni me estaba oyendo lo que le decía.
— ¿verdad que si?
III
Las gotas habían comenzado a caer
con más frecuencia y aunque no se desataba el aguacero, el ruido ya se
escuchaba en los techos de lámina.
En un burdelillo de mala muerte
que se ubicaba a orillas de la calle, las rameras enseñaban sus enjutos cuerpos
mientras bailaban en una patética tarima que imitaba las ostentosas barra show
de la capital...
Allí estaba Chema, el más chico
de los tres, bebiendo guaro barato y fumando cigarrillos Delta, y uno que otro
de marihuana...
— ¡Ja, ja, ja! ¿Viste Chema como
lo maté? ¡Chillaba como un cerdo y hasta decía que tenía hijos!
—Vos estás enfermo, Zancudo, te
gusta meterte en problemas ¿Cuántas veces te he dicho que matar un policía es
un mal negocio? ¡Es como provocar un avispero luego los tenés a todos en la
colonia registrando y vergueando a medio mundo!
— ¡Vos me lo decís, y creo que te
has echado más que yo!
—Si viejo, pero no es por gusto
Cuando lo he hecho es porque se lo merecían o me han provocado.
—Y a aquel bicho lo mataste solo
porque se te quedo viendo…
— ¡Es que vos no sabes lo que
estaba pensando!
— ¿Y desde cuando, <<
¡MUCHA ROPAA!>> desde cuando podes leer la mente vos?
— ¡No seas P… es la intención la
que percibo!—además no era "castor."
Las chicas de alquiler enseñaban
sus míseras tetas de perra y bailaban a tropezones medio ebrias, esperando que
algún desgraciado se animara a llevarlas al único cuartito que tenía el
infiernillo aquel.
Irónicamente, a menos de una
cuadra de allí en la humilde iglesia evangélica que les acogiera de niños y
donde pasara muchos ratos de aburrimiento extremo. Un humilde pastor les
hablaba a los poquísimos fieles que habían desafiado la llovizna sobre el amor
infinito de Dios y el lugar donde no podrían entrar los asesinos y las
prostitutas...
A Chema hacía tiempo había dejado
de importarle ese lejanísimo lugar, siempre y cuando lo dejaran entrar en el lupanar.
La lluvia arreció cerca de las
nueve de la noche.
Afuera la policía rodeaba el
lugar aprovechando la tormenta, parecían fantasmas con sus capas impermeables
negras que se apostaban a uno y otro lado en un malintencionado operativo...
<<Atacar y matar policías
es un mal negocio>> pensaba Chema viendo las burbujas de la cerveza subir
apartándose unas a otras… Aquella vez, todo terminó con un saldo trágico, dos
atacantes y un policía murieron.
Los únicos que festejaron fueron
los Carroñeros de la funeraria de Pantaleón.
La policía iba a vengarse y
habían rodeado el local. Cuando todo estuvo como quisieron, tocaron la puerta
del prostíbulo.
El portero trato de entretener
cuanto pudo al policía para dar tiempo a que los menores de edad (prostitutas y
clientes) salieran por la puerta de atrás
— ¡Abra la puerta, es la policía!
—Señor Agente aquí es legal todo
y para entrar necesitan una orden...
— ¡Vos come M… si no abrís la
puerta te la tiro!
—Mire…
El portero no pudo aguantar más,
una pistola Glock cuarenta, versión austriaca le estaba apuntando entre los
ojos.
Afuera en la parte posterior del
antro, estaban esposando a los que habían salido por la puerta trasera... Chema
seguía bebiendo tranquilo, como si nada pasara, Zancudo estaba a su lado más
nervioso que un ratón en un cuarto lleno de gatos...
Tres policías entraron como en la
tele, con las pistolas desenfundadas viendo para todos lados. Los que se
quedaron habían dejado de beber y los miraban paralizados, listos para huir a
la menor oportunidad...
Chema reconoció a uno a pesar que
usaba gorro pasamontañas.
Lo conoció por su mirada - era
Argimiro, el amigo de Fidel, el mismo que les llegaba a dejar la droga para que
ellos la vendieran al menudeo.
Este miró a Chema y le hizo una
señal con la cabeza a su compañero...
— ¡Quietecito José María o aquí
vas a quedar!
—Argimiro tenía que ser… ¿Cuánto
vale mi cabeza?
— ¡Aquí no hay ningún Argimiro, y
lo mejor será que te pares suavecito y levantes las manos!
—Chema tenía la pistola en la
mano, debajo de la mesa, una treinta y ocho cañón corto, la misma de siempre,
la que le había acompañado en todas sus andanzas...
¡Como un rayo se incorporó y
disparó dos veces!
Un agente cayó muerto con dos
tiros, uno en la cabeza y otro en el corazón...
— ¡Corré Zancudo! –gritó.
Los policías abrieron fuego e
hirieron a Chema en la mano y en la espalda; pero aún así logro cruzar la
puerta, aprovechando la estampida de borrachines y malvivientes, Afuera también
dispararon pero debido a la oscuridad y la tacañería del gobierno al no
proveerles entrenamiento adecuado ninguno pudo atinarles.
Ellos corrían lo más rápido que
podían, aunque sentían que el aire le faltaba con cada zancada que apenas
tocaba el suelo.
— ¡Que no se vaya, disparen, vivo
o muerto!
Chema había cruzado la calle y
casi alcanzaba el cafetal...
— ¡Patricia, échatelo, si se va
la C…!
Con agilidad felina saltó a la
cama del vehículo policial para tener mejor vista y apunto a la espalda Chema,
debía asegurar el disparo y solo tendría una oportunidad...
Nunca había tirado a matar y por
un segundo que le pareció eterno, vaciló… había disparado muchas veces a los
maleantes, pero nunca a matar solo a las piernas o al aire...
No obstante, la muerte había
decidido que ese día se llevaría a Chema para siempre.
Patricia, acarició el gatillo y
la bala liberándose del casquillo giró en el cañón con un mortal ballet,
seguida de un fogonazo para atravesar de lado a lado las carnes de Chema… cayó
de bruces.
Un zumbido taladró los tímpanos
del Inmortal recordándole que había llegado su hora, no obstante terco como era
se levantó por instinto y corrió algunos metros más para caer finalmente
abatido por la puntería de Patricia.
El zancudo cayó a su lado con los
ojos abiertos.
<< ¡Inmortales ni
m…!>> pensó Patricia escupiendo con desprecio y guardándose el arma sin
serial en el bolso lateral del pantalón.
Cuando amaneció, los de la
funeraria fueron los primeros en llegar al lugar, (como siempre) luego llegó la
policía, después su madre, serena, sin llorar y el fiscal por ultimo...
bastante después, de mala gana, con la boca oliéndole a cebolla y a cerveza barata.
—Miguelan.
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