AMOR
EN LA LOMA
Capitulo 1
"La
vieja y el niño"
Edelmira Rividiego estaba desayunando sin hambre, sentada de medio lado en la
silla del comedor, viendo como el sol mañanero se colaba entre las hojas del guayabo, alcanzando las fotos decoloradas de familiares que nadie recordaba, y estampas religiosas clavadas con tachuelas en las paredes de adobe repellado; las iluminaba de una manera fugaz antes que el techo del corredor bajara su sombrero invitándole a escalar el firmamento.
Masticaba
por inercia un trozo de queso seco que de vez en cuando levantaba del plato de
peltre decorado con florituras que se confundían con el tomate del huevo picado
con cebolla de todos los días.
Susana
Vargas, la prima de su marido estaba lavando el maíz después de haber barrido
muy bien la enorme casa de patio central, teniendo cuidado de regar un poco de
agua para no levantar polvo.
Llegó
por petición suya desde principios de enero, y quizá fuera a quedarse hasta
finales del mes, si es que lograba aguantar las estúpidas bromas de Florencio
Vargas, uno de los hombres más vulgares y poco prudentes que había en la ciudad
de San Cristóbal.
A
medio sorbo de café le pareció escuchar que llamaban a la puerta, miró por el
rabillo a Susana y apuró el trago. Era café de maíz tostado.
¿Habría
olvidado algo Florencio? Salió muy temprano para Santa Rosa de Lima a vender un
par de novillos.
No,
de ser él, habría escuchado el motor del “Nisan Junior”, además tenía llave.
Volvieron
a llamar, esta vez fue un sonido metálico irritante, que martillaba los
tímpanos de manera insoportable.
El
corazón le dio un vuelco
—
¡Espere ahora voy!—gritó desde la mesa.
—Yo
iré a ver, termine usted de comer—dijo Susana, secándose las manos en la manta
de las tortillas.
—Buenos
días señora, hágame una caridad por vida suya—dijo una pobre y encorvada mujer
envuelta en un viejísimo y pálido rebozo que si alguna vez tuvo color debió
haber sido azul.
Susana
adivinó una sonrisa forzada. La mujer extendió su mano huesuda para recibir un
poco de misericordia.
—
¿Quién es?—preguntó Edelmira.
—Es
una señora con un niño, pide una caridad.
—Ahorita
no hay dinero, Florencio se llevó todo para el tiangue.
—Ya
oyó, a mí me da pena pero ahorita no tenemos ni un real.
—
¿Y no tendrá usted un bocadito que me lo de?
Edelmira
se había levantado para ver quien estaba a la puerta, los ojos se le
humedecieron al ver la calamitosa situación de aquella pobre señora.
—Que
pase, le serviré algo—dijo.
—Yo
le tengo el niño para que coma—se ofreció Susana.
La
vieja se acomodó en una silla de cordeles vencidos; Edelmira le sirvió un poco
de queso y unos trozos de chicharrón fríos, y no por menosprecio, sino porque a
ella le gustaba comer asi.
—
¿de dónde es usted? —preguntó Susana haciendo arrumacos al niño.
La
vieja hizo que no escuchó la pregunta y con mucha paciencia terminó de tragar
el bocado limpiándose con el dorso de la mano alguna migaja.
—
¿El niño es suyo? ¿O es una niña?
—Es
un varoncito y no, no es mío, es de mi hija—respondió quebrándose y comenzando
a sollozar.
Edelmira
la miraba en silencio.
—Ando
regalando esta criatura—dijo en cuanto pudo hablar— la mamá se murió en el
parto y yo no puedo hacerme cargo, ya no tengo fuerzas para criarlo. Ustedes me
parecen buenas personas ¿quisieran agarrarlo?
—No
puedo—dijo Edelmira después de pensarlo un poco.
Susana
la miró con incredulidad
—
¡Agarralo tonta!
—No,
no puedo, no está Florencio y a saber que vaya a decir.
La
anciana, terminó de comer en silencio, ya no hubo más conversación; solo el
canto del gallo que tenían amarrado en el palito de limón de la esquina junto a
la polvosa bodega interrumpía de vez en cuando el chasqueo de la comida
masticada con la boca abierta.
—Muchas
gracias les de Dios—dijo la anciana extendiendo sus manos al crio a quien
Susana de mala gana debió entregar.
—Espere-
dijo Edelmira, cuando la vieja aún tenía un pie en la calle y el otro dentro de
la casa.
Fue
al cuarto y de un bote de leche amarillo sacó un rollito de billetes.
—Para
que le compre algo a esa pobre criatura.
—Si
cambian de opinión voy a estar en el parque frente a catedral, hasta mañana al
medio día; porque tengo regresarme para Nicaragua.
—El
niño es bizco—trató de consolarse Edelmira, cuando se quedaron solas.
—
¿y que te importa eso? ¡Se mandan a operar tonta! —Dijo Susana—es un varón te
va a servir en tu vejez, mirá que vos no podes tener hijos.
—
¡Yo sí puedo!
—No
te enojes pues, yo no te quería ofender, ¡si es Florencio o vos que importa la
cuestión es que no tienen hijos!
Cuando
Florencio regresó más tarde cansado, colorado como un camarón y sudando como un
cerdo; Susana se desahogó con indignación.
—
¡Esta tonta de tu mujer no tiene remedio, ahí andaba una anciana que le regalaba
un niño y no lo quiso agarrar!
—
¿y por qué no lo agarraste Edelmira? –preguntó Florencio, mientras se quitaba
la camisa con la intención de acostarse en la gastada hamaca de hilo que estaba
atravesada a medio corredor.
—No
estabas vos, yo que sé que ibas a decir, si ibas a estar de acuerdo o no.
—
¡Y era un varoncito fíjate!—chilló Susana.
—
¿y hace mucho que se fue? ¿Dónde hallamos esa mujer?
—A
saber ya ratos que se fue—dijo Edelmira torciendo la boca con disgusto aparente.
—
¡Si serás olvidada vos mujer! en el parque dijo que iba a ir a pedir limosna
allí enfrente de la catedral.
—Vayan
pues y denle este dinero a esa pobre mujer—tosió Florencio carraspeando una
asquerosa flema.
—
¿y vos no vas a ir con nosotras?
—No,
yo vengo cansado, no hace falta que vaya además ya guardé el carro y no quiero
sacarlo de nuevo.
…
Capítulo
2
"El
rapto de la señorita Rividiego"
Desde el corredor de la casona que presuntuosa se erguía en la loma, Cipriano Rividiego vio llegar a Emigdio Vargas montado en un caballo bastante pequeño de color rojizo, primero de lejos entre los piñales arañados por las ramas secas de los aceitunos, luego bajando el camino pedregoso con dirección a su casa.
Aprovechaba
la tarde calurosa de un abril seco y desgranaba las mazorcas que había guardado
para la siembra de ese año. Utilizaba un olote con gran habilidad y terminó
cinco de ellas antes que el jinete estuviera en el portillo frente al patio.
—
¿Quién dice que es usted?
—Soy
el papá de Florencio Vargas.
La
mujer de Cipriano, al escuchar el nombre, quitó el martillo del revólver y lo
guardó en la gaveta sin intención de salir a saludar al indeseado visitante,
¡ojalá hubiera sido ella y no el inútil de su hijo quien hubiera acompañado a
Edelmira a la fiesta el día anterior!
—
¿Viene a llevar el caballo?
El
día anterior, Florencio dejó su caballo en la casa del viejo y se fue a la
fiesta del pueblo a robarse a su hija.
Y
el viejo, cuando se dio cuenta que se habían fugado sin su bendición soltó la
bestia teniendo cuidado de darle antes un poco de agua y algo de pastura.
<<El
animal no tenía culpa de nada>>
—
¿Entonces viene a llevar el caballo? Ya no está, yo lo solté ayer en la tarde,
es un animal inteligente y sabrá como regresar con sus dueños.
—
Usted y yo, no nos conocíamos, aunque ya lo había oído mentar… en bien por su
puesto.
—Ya
le dije que el caballo no está aquí—y siguió desgranando.
—No
señor, no vengo a traer el caballo, ayer llegó en la tarde noche como usted
dice; me traen otros asuntos más importantes.
Cipriano
dejo caer la última mazorca sin granos en el canasto y levantó la cabeza, para
ver con ojos tristes al nervioso visitante. Hubo un silencio incomodo, en el
cual se dejaron oír algunos mugidos vacunos y cacareos de gallinas pizpiretas.
—
Allá a la casa llegó Florencio con su muchacha, y pues yo quiero que arreglemos
las cosas, y que se casen bien.
—
¿y para que iban a casarse si ya están juntos? Su hijo es un abusivo vino a
dejar el caballo aquí y se llevó a mi hija, ¡no tenemos nada que arreglar! Y
sepa que si el día de mañana el hombre la deja, aquí en la casa ya no hay lugar
para ella.
Al
final terminarían haciendo un simulacro de boda a la cual debieron asistir
Cipriano y su esposa, solamente para guardar las apariencias.
Florentino
Vargas hubiera querido que las cosas fueran diferentes, pero a fuerza de ser
sinceros, con Edelmira Rividiego aquella era la única manera de formalizar
algo.
Se
decía de ella que había dejado plantados a muchos pretendientes, incluso a uno
en la puerta de la iglesia; y aunque de momento estaba con él, lo cierto es
que, no quería nada serio… le gustaba tenia buen físico…
¡Pero
era tan corriente y poco listo!
Asi
que cuando llegó a visitarla como hacía de vez en cuando y le dijeron que había
quedado con Estuardo el gorrioncillo para ir al baile, lleno de furia tomó la
decisión de llevársela por la fuerza, olvidando en su desesperación el caballo
que amarró en el patio, justo en la raíz del amate allí por donde estaba la
piedra que servía de salar para las vacas.
La
encontró bailando pegadito con Estuardo y fuera de sí desenfundó su revólver y
les apuntó a la cabeza, primero al gorrioncillo y después a ella.
—
¡No me mate Florencio, mátelo a él que fue el me sedujo!
—
¡Venga para afuera!—le indicó haciendo señas con el arma— ¡y ustedes sigan
tocando! Ordenó a los músicos que desafinados por los nervios siguieron el
jolgorio aunque ya nadie volvió al baile.
Afuera
lo esperaban Cesar Arturo y Carlos José, dos malacates amigos suyos, con la
montura dispuesta.
—
¡no me mate por vida suya Florencio si yo solo a usted lo quiero!
—
¡Con los hombres no se juega, súbase al caballo que hoy me la voy a llevar!
—
¡No! Mejor pégueme un tiro aquí mismo, se envalentonó Edelmira
Florencio
resopló como un toro enfurecido en franco ademan de golpearla con el dorso de
la mano, pero se detuvo, aquel rostro era demasiado bello para ser castigado,
por mucho que se lo mereciera; asi que la levantó con gran facilidad
colocándola atravesada en el caballo, como si fuera un costal de maíz y de un
salto montó la bestia que echó a galopar antes que las espuelas le picaran los
ijares.
Edenilson,
su hermano borracho como estaba, apenas si se dio cuenta del alboroto, y no fue
hasta que Estuardo, histérico llegó a gritarle que recordó la encomienda de
cuidar que nada malo le pasara a la coscolina muchacha.
—
¡se acaban de llevar a tu hermana!
Como
pago, recibió sendo puñetazo en el ojo derecho por cobarde, por no tener el
valor de defender a su novia.
Mareado,
salió al portalón y viendo como la echaron en el caballo disparó los seis tiros
de su revólver, pero ebrio como estaba no acertó ninguno y siguió apretando el
gatillo por un buen rato sin enterarse que ya no tenía balas.
—
¡Tanto que se les ha enseñado a tirar y ningún disparo pegó el inútil!— diría
más tarde su madre hecha una furia.
—
¡se me fueron los mal nacidos mamá!
—
¡come m… cara de perro! ¿No será que vos estuviste de acuerdo con ellos?
—
¡no mamá, si yo les eche balazos! pero era un poco de hombres quizás como diez
o veinte los que la encaramaron en el caballo, y un hombre iba al anca y a ella
la llevaban boca abajo.
…
Capítulo
3
"Te
voy a sacar del monte"
Pasó algún tiempo y el escándalo del rapto, poco a poco se convirtió en un chisme gastado que dejó de llamar la atención, quedando relegado a un cuento viejo que todos terminaron viendo como algo que debía hacerse de ese modo; incluso algunos enamorados lo imitaron; en parte con éxito y otros terminaron con un tiro en los sesos.
Florencio
superaba con creces al más laborioso de los mozos en la loma, era fuerte y
caprichoso como su caballo; pero por más que hiciera, nunca pasaba de unas
pocas vacas, un puñado desparramado de gallinas y su buena montura.
Para
poder superarse en la vida no es cuestión solo de trabajar como un mulo de sol
a sol; para poder crecer hay que tener cabeza y paciencia por supuesto, ultimas
dos que ni Edelmira o su esposo siquiera imaginaban conocer.
Cuando
Florencio vio que no podía prosperar, por mucho que trabajara, decidió seguir
los pasos sus hermanos y de cuantos buscan fortuna rápida sin tener que vender
su alma al Diablo en algún oficio ilícito; emigraría para los Estados Unidos,
pero como ese viaje siempre ha sido costoso y no tenía como pagarlo, decidió
vender todo lo que tenía a la única persona en el mundo que podía comprarle de
una manera justa.
—
¡don Cipriano, le vendo mi casa, el caballo y mis vacas!
—yo
ya tengo dos casas y muchas vacas… los caballos no me gustan, prefiero las
mulas, además ¿dónde va a vivir Edelmira?
—aquí
con usted.
—
¡No señor! usted vino a robársela ¿y ahora quiere traerla de vuelta?
Florencio
se limpió el sudor con el dorso de la mano y como pudo, haciendo un esfuerzo
supremo con un vocabulario escueto explicó sus planes de emigrar para hacer
fortuna, manifestó que aquello era temporal y que no había pensado en ningún
momento abandonar a su esposa.
—No
hace falta que venda nada—dijo Dolores, la arisca y malpensada, pero muy
inteligente suegra de Florencio— si no tenés comida para alimentarla, aquí que
venga a comer mi hija, pero ella tiene que estar en su casa.
—me
da pendiente que esté sola ya que no hay casas cerca, podría pasarle algo.
—¿Entonces
para que se va?—dijo Cipriano.
—aquí
que se venga en el día y que se vaya en la noche para la casa, déjele su
pistola que ella sabe disparar muy bien.—interrumpió Dolores.
—bueno
es que también vendía la casa para tener dinero para irme.
—
¿Cuánto es lo que ocupas? —preguntó Cipriano.
—quinientos
colones.
—No
vayas a vender nada, te los voy a prestar yo pero me los pagas.
—
¡a mí me los mandas! —Dijo Dolores que conocía a su esposo demasiado bien—para
ver que es verdad que se los pagas.
A
Edelmira no le hacía mucha gracia que Florencio se fuera quien sabe por cuánto
tiempo a los Estados, pero tampoco era para morirse, de todos modos si no
regresaba le sobraban pretendientes que con gusto se la robarían en algún baile
de pueblo mientras su despistado hermano se ahogaba en aguardiente.
Se
prometieron fidelidad y muchas cosas más, para después con la bendición de
todos, un día de mucho calor a las nueve y cuarenta y dos de la mañana, montado
en su caballo se fue a encontrar con el coyote en el pueblo y de allí a tomar
el tren del litoral.
Nada
supieron en mucho tiempo del peregrino; y los días se convirtieron en meses,
hasta que todos se aburrieron de esperar alguna noticia y decidieron que el
inútil a lo mejor se habría ahogado cruzando el rio Bravo, o estaría muerto
disecándose al sol medio comido por las alimañas del desierto.
Ya
habían pagado la primera misa, para al menos rescatar su alma del infierno que
bien merecido se tenía, cuando llegó una gigantesca grabadora de catorce
baterías, la cual mando como ofrenda de paz para congraciarse con sus suegros y
para que Edelmira escuchara las radionovelas que tanto le gustaban, también
escribió una larguísima epístola en la que confesaba el sufrimiento de su viaje
y las vicisitudes y atropellos que padecía con paciencia de santo, prometiendo
que la próxima vez mandaría dinero para comenzar a saldar su deuda.
El
hombre pago puntual, mes a mes mandaba dinero y más dinero; billetes en ingles
del mismo color todos; pero con diferente diseño, fortuna que Edelmira guardaba
en un hoyo, detrás del cuadro del santo que con mirada austera los espiaba
desde el grueso adobe de su casa.
Dos
años después, sin avisarle a nadie regresó y se compraron una casona en la
ciudad de San Cristóbal.
“Un
día te voy a sacar del monte le había prometido”
…
Capítulo
4
"Confesión"
El mes de julio desató con furia los grandes aguaceros de antaño, las noches eran tormentosas y los días calurosos; y aunque en la ciudad no llovía tanto como en la loma; caía suficiente agua para lavar las calles y desbordar el rio Grande.
Los
truenos, como tambores opacaban por momentos el redoble abierto de las gotas en
el techo, partículas que se unían para formar hilos de plata que se
precipitarían luego entre los canales antes de estrellarse con el concreto y
perderse en la oscuridad de un tibio desagüe lleno de ratas y cucarachas.
—Florencio,
estoy embarazada.
—
¿cómo?
—creo
que estoy embarazada.
—
¿de dónde vas a quedar preñada?
—bueno
somos marido y mujer.
Estaban desnudos en la cama. Escuchando la lluvia, en el sosiego que deriva la pasión.
La
verdad es que casi no platicaban, lo de ellos era una relación a señas o por
intuición donde no hacía falta decir nada, porque ya cada uno sabía qué hacer y
las veces que conversaban de manera decente era después del coito, porque que
el tiempo restante estaban ocupados en algún quehacer, escuchando la radio o
discutiendo por alguna tontería.
— ¡no moleste yo soy estéril!
—
¿Y cómo sabe usted eso?
—Yo
en Estados Unidos, en los dos años que estuve me acosté con miles de mujeres y
ninguna de ellas quedó embarazada, asi que si estas preñada será de otro.
Edelmira guardó silencio. Aquella confesión dolía, aunque desde hace tiempo lo había imaginado y lo había asumido como parte del precio a pagar por salir del monte.
¿Cómo
iba a guardarse un hombre por tanto tiempo sin tocar mujer?
— ¿Cómo va a creer que yo lo voy a engañar?
—
¿entonces cómo es que está preñada?
—es
broma, lo decía porque yo quisiera tener un hijo.
—Pues
no piense en eso, nosotros nunca vamos a tener hijos.
Las gotas se fueron apagando y los truenos haciéndose más fuertes, hasta que dejo de llover.
—No
llore, a lo mejor nos regalan uno.
…
Capítulo
5
TELEGRAMA.
Edelmira,
se levantó bastante tarde el siguiente día, quizás serían las ocho de la
mañana.
Al
abrir la puerta, en el guayabo había un pájaro retozando y desgajando cientos
de gotas que destellaban como cristales a la luz del sol.
En
la mesa estaba un plato de comida servido.
<<Los
Estados Unidos cambian a la gente>> pensó.
Quitó
la manta curtida que cubría el peltre y sintió con intensidad el exquisito olor
del desayuno de siempre, no obstante aquello le vino a revolver las entrañas y
corrió a vomitar bilis antes de alcanzar a llegar siquiera a la puerta del
baño.
<<
¿Dios mío que hago?>>
Procuró
comer un poco pero fue inútil, asi que se empeñó en hacer el oficio de todos
los días mientras pensaba en algo.
Barrió
todo el patio con la mente absorta en lo que estaba pasando.
<<
¿Cuántos tiempo tendré de embarazo? ¿Un mes? ¿Dos?>> hizo cuentas parando
el oficio y cerrando los ojos para no equivocarse mientras contaba números
imaginarios con los dedos para concluir que a los más tendría un mes y medio.
Trapeo
el piso ajedrezado rojo y amarillo del corredor de la casa y de los cuartos,
las dos veces de rigor; una para el polvo y la otra para el brillo.
<<
¿Y si me voy para la casa de mi mamá?>>
Puso
a cocer los frijoles y mientras tanto aprovechó para lavar el maíz, escuchando
el cacareo asmático de las gallinas y el motor de los pocos vehículos
alejándose de la ciudad, o llegando de quien sabe dónde.
Pensó
y pensó en todas las posibilidades; pero la mejor opción que se le vino a la
mente fue pedir ayuda a Mercedes, su hermana la monja que vivía en Honduras;
ella siempre tenía una solución para los problemas de todos menos para los
suyos.
A
las once de la mañana sobre la pulida tabla de la mesa en la oficina de correos
escribió un telegrama:
“Problema
de vida o muerte urge vengas a mi casa.”
No
quiso depositarlo en el buzón, sino que se lo entregó al cartero con algunas
monedas de mas, para que llegara con mayor rapidez.
Los
días siguientes transcurrieron en la normalidad posible; Edelmira procuraba
vomitar sin que su marido lo notara. Andaba siempre en el bolso del delantal
una tajada de limón y un puñado de sal para lidiar mejor las náuseas.
—
¿Le quemaste la pata a Florencio?—pregunto con complicidad Mercedes, nueve días
después.
—
¡Dios guarde vos que clase de mujer crees que soy!
—Bueno
entonces habrá que hacer algo porque ese hombre es capaz de matarte si sabe que
estas embarazada—dijo la monja que cada día creía menos en los milagros de san
Antonio de Padua.
…
Capítulo
6
EL
PLAN
A
Florencio no le extrañó la visita de Mercedes, solía llegar de vez en cuando
sobre todo en el mes de agosto para celebrar el cumpleaños de Cipriano.
—
¿desde cuándo está enferma?
—yo
que sé, nunca cuenta nada es igualita mi suegra, pero según veo quizás un mes…
tose y tose toda la noche y a menudo no alcanza a llegar ni al portón por el
cansancio.
—
¡dos meses, y yo sin enterarme de nada!
Edelmira,
estaba en la cocina, sosteniendo un hígado de pollo desecho entre las manos,
recordándose una y otra vez, porque debía ponerse aquel aborrecible coagulo en
la boca.
La
ventana entreabierta dejaba pasar un poco de luz sobre el enorme queso seco que
nunca se terminaba, por más que se empeñara en regalarlo a cuanto visita
llegara o a los pordioseros que con frecuencia tocaban el portón para pedir una
limosnita por el amor de Dios.
Con
Mercedes habían decidido que lo mejor sería irse cuanto antes para Honduras,
antes que el embarazo fuera evidente, y parir allá la criatura; ya luego verían
como se la arreglaban con lo demás.
Contuvo
por un momento la respiración y puso la tercera parte de la víscera gelatinosa
sobre la lengua, recordando con tristeza al pollo amarrado en la esquina junto
al nance, viendo como afilaba el cuchillo con el que después lo iba a degollar.
La
escupió de inmediato.
¡Sabia
horrible!
<<Tenes
que hacerlo Edelmira, Florencio va a matarte si sabe que estas preñada>>
Se
puso un poco de sal en la boca para adormecer las papilas gustativas y salió
con dos tazas de café hervido.
Cruzó
el patio haciendo esfuerzos para no vomitar.
Mercedes
la vio pasar por debajo del guayabo y luego cerca del lavadero…
<<Aguanta
hermanita debes llegar hasta aquí>>
Los
esputos cayeron cerca de las botas de Florencio, las tazas se rompieron en mil
pedazos y Edelmira se desvaneció sin necesidad de fingir.
Poco
a poco, comenzó a recobrar la conciencia alentada por el fuerte olor del “agua
florida”, estaba todavía en el suelo aunque apoyada en las piernas de su
hermana. Florentino movía frente a sus ojos la manta de las tortillas para ventilarle
un poco de oxígeno.
—
¿Qué pasó?
—Te
desmayaste—respondió su marido.
—
¿Otra vez?—tosiendo de nuevo para terminar de expulsar la horrible entraña del
pollo que tuvo que morir para salvarle la vida.
—
¡Hay que llevarla al hospital rápido para que la atiendan!—dijo angustiado
Florencio, mientras la ponía con delicadeza en la hamaca del corredor.
—
¡Al hospital no, allí se muere la gente!
—Es
Cierto, lo que Dice tu mujer, lo mejor será llevarla al Centro Medico, es más
caro pero al menos estará bien atendida y no la van a dejar morir para vender
la caja a alguna funeraria.
Edelmira
volvió a toser, y vomitó sin miedo mientras su marido buscaba las llaves del
carro en la gaveta del ropero, con la esperanza que los ahorros que tenían
serían suficientes para cubrir los gastos del carísimo hospital privado.
Mercedes
sonrió, todo estaba saliendo según su plan.
…
CAPÍTULO
7
"De
dos males, el menos peor"
Florencio regresó del cuarto, pálido y se paró frente a las mujeres con la mirada perdida.
—No
hay dinero en la gaveta…
—Sí,
se me olvido decirte que fui a pagar al banco.
—
¿y todo el dinero llevaste?
—Bueno
es que pensé que si adelantábamos un poco iban a bajar los intereses.
Florencio
no se disgustó por lo de los abonos al préstamo, de todos modos, pensaba vender
unos terneros en el tiangue de Santa Rosa para adelantar algo del pago; el
problema es que aquello iba a llevar tiempo y justo en ese momento no tenían
nada.
Edelmira
parecía bastante repuesta, pero no iba esperar otra crisis.
—
¿y qué hacemos ahora? ¿Te llevo al hospital?
Intervino
entonces Mercedes y como quien no quiere la cosa se dirigió a su hermana:
—
Mira, fíjate que tengo unos amigos, que cuando yo trabajaba en migración les
ayudaba, eran unos médicos extranjeros, ellos quizá te puedan socorrer, no vaya
a ser un cáncer lo que tengas… ¡o algo peor!
—
¡Dios no quiera hermanita no digas eso!
—Si
Florencio te da permiso nos podemos ir esta semana que yo me regrese.
—No
puedo dejar solo a mi esposo, ya sabes que una tiene que atender siempre a su
marido, aunque este enferma-
Florencio
se preocupó, hizo cálculos mentales sobre una posible vida si su mujer
fallecía, o unas semanas en Honduras y le pareció mucho mejor negocio aguantar
unos días de soledad a una vida sin ella, ya para el oficio diario podría
llegar su prima Susana Vargas, de vez en cuando.
—deberías
de irte con tu hermana a tratarte de esa enfermedad.
…
Capítulo
8
El
convento
Edelmira partió para Honduras un día lunes de canícula, cuando el sol se levantaba con desgano iluminando apenas los campanarios gemelos de la iglesia que repicaban vomitando cientos de palomas por las ventanas con dirección al parque Guzmán.
El
sábado anterior había puesto en una maleta de gitano algunas ropas, un par de
zapatos de domingo y las sandalias para estar en casa.
Florencio
la llevó para la loma, donde sus padres; ya que ella quería pasar despidiéndose
por si no regresaba.
El
domingo fue a misa a confesarse y le contó al cura todos sus planes, no sin
antes pedirle que no fuera a decirle nada al chambroso sacristán, ya que su
vida dependía de ello.
—Edelmira
está preñada y se va lejos a parir a nuestro nieto—le dijo Cipriano a Dolores,
justo antes que ella se perdiera detrás de la vuelta del polvoso camino con
cercos de piedra a ambos lados.
—Hay
Cipriano, ¡vos siempre tan malicioso! ¿Por qué querría irse lejos?
El
viejo no dijo nada, consultó las fechas en el almanaque Bristol y se regocijó
al pensar en el regalo que vendría pronto a llenar de algarabía la casona de la
loma.
Una
vez en Honduras, Edelmira, se hospedó en un cuartito pequeño pero muy limpio y
bien acondicionado del convento de las capuchinas.
En
ese lugar vivió y sufrió sin miedo su embarazo, las hermanas de la orden la
cuidaban y la trataban bien, y ella procuraba ayudar en lo que pudiera, aunque
le parecía que aquellas buenas mujeres llevaban una vida en extremo aburrida.
Veintidós
días después llegó Florencio a visitarla, pero no le permitieron verla.
—Está
ingresada, tiene enfermos los pulmones, tuberculosis dijo el médico, altamente
contagiosa; asi que no puede ver a nadie; ni a nosotras nos dejan visitarla, se
la llevaron para un hospital en las montañas de Yoro, para que se recupere más
luego, pero mientras se mejora va usted a tener que cubrir los gastos, asi que cada
tres meses tiene que traer lo que se le detalla en ese comprobante.
El
bueno de Florencio se hizo a la idea de que aquello iba a durar un poco más de
lo que él pensaba, el dinero no era problema, el problema era su soledad.
Edelmira
lo veía por un agujero desde la ventana de su cuarto cada vez que llegaba
puntual a dejar el dinero.
Lloraba
y se acariciaba el vientre que se movía inquieto al oír la voz nasal de
Florencio, ella también lo extrañaba.
Epilogo
Nueve
meses después del parto, Mercedes tocó el inmenso portón con los nudillos…
Edelmira percibió el golpeteo apagado y con el corazón a punto de salirse de su
pecho hizo un esfuerzo para fingir que no había oído nada. La mujer se chupó
los nudillos adoloridos por el contacto con el durísimo metal y sacó de su
cartera una moneda de diez centavos y golpeó con más fuerza esta vez.
—
¡Espere ahora voy!—gritó Edelmira desde la mesa.
¡Su
hijo había llegado al fin!
—Miguelan
2023
(Cuentos de la loma)
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