INÉS HUMBERTINA
Desde
el mediodía, Florentino había estado bebiendo con Asterio y Amasvindo; sus
amigos mal hablados y chabacanes a quienes Inés debía soportar cada vez que su
esposo regresaba del mar.
Todo
marchaba con la normalidad de otras veces hasta que se le ocurrió la estúpida
idea de sacar su pistola y comenzar a disparar al aire. Para desgracia de
todos, con la borrachera ya no atinaba a levantar bien la mano y las balas
veces pegaban en un barril con agua que se desparramaba en chorros de
advertencia, otras veces en el tronco del cocotero del patio o en las tinajas
de barro que volaban en cientos de escandalosos tiestos.
Todo
iba bien, hasta que Clorinda, la sirvienta, salió a la puerta gritando:
—
¡Ya no tiren, ya no tiren, está Tina muerta!
Amasvindo
huyó despavorido tropezando y cayendo, en un zigzag de cobardía digno de un
Judas contemporáneo.
Florentino,
salvó los metros que le separaban de su casa, para encontrar a Inés, con un
tiro en la cabeza y el tazón de leche que batía para el biberón del niño
desparramado en el suelo.
A
pesar de la borrachera, era consciente de lo que había hecho, abrazó a su
esposa llorando desconsolado.
—
¡Inés mi amor respóndeme! ¡Inés, por los niños vos no te podés morir así!
Inés,
nunca más respondería nada a nadie.
Él,
la puso con delicadeza en el suelo, se paró cabizbajo, apoyó la mano llena de
sangre en la tabla curtida por el salitre y se puso la pistola en la sien.
—
¡No te matés hombre vos no tuviste la culpa!—gritó Asterio forcejeando para
quitarle el arma.
—
¡Dejáme, soltáme, yo para que quiero vivir sin Inés!
En
el forcejeo la pistola se disparó perforando la nariz de Asterio de lado a
lado, quien aturdido por el fogonazo cayó de bruces, desmayado pero vivo, y con
una horrible matadura que llevaría por el resto de su vida.
—
¡Ahora ya maté a mi amigo también!—dijo y se puso de nuevo la pistola en la
cabeza.
—
¡Mire don Florentino si se va a matar, al menos váyase para afuera, ya los
niños han tenido suficiente con lo que han visto!—dijo Clorinda a quien los
nervios la habían vuelto una furia.
Con
el rostro desencajado por el dolor y el remordimiento, se volteó para buscar a
sus hijos.
Carlos
y Ángel, lloraban abrazados debajo de la cama.
Bajó
la mano asesina y caminó hacia afuera arrastrando los pies, dispuesto a
terminar con todo de una vez.
II
Florentino,
como ya habrán imaginado era marino, y no un navegante cualquiera, sino el
capitán de un barco que recién había regresado de Puerto Corinto, Nicaragua.
Puso en las manos enjoyadas de su esposa cada centavo de la paga obtenida en
quince días de ausencia, para que ella mucho mejor administradora, comprara las
medicinas de los niños, la comida de la quincena y el pago de la muchacha;
porque eso sí, él nunca la dejó que trabajara.
—Yo
te quiero como esposa no como criada, y mientras yo viva, vos lo único que vas
a hacer será cuidar a los hijos que Dios quiera darnos—Le dijo cuando ella se
fugó con él una tarde noche de invierno, y se lo cumplió hasta el día en que le
metió sin querer una bala en medio de los ojos.
***
—Papá
yo no me quiero ir con marido, me quiero casar aunque sea por lo civil…con su
bendición.
—Hay
mire usted como hace, ya es mayor de edad… dijo con dolor Silvano Salanueva, su
padre, que comprendía mejor que cualquiera el amor que sentía su segunda hija,
lo había advertido aun antes que ella se diera cuenta.
Él,
la amaba sobre todas las cosas y personas, Inés, siempre había sido un rayo de
luz en su vida desde aquel 16 abril de 1929 cuando la vieja Teodosia diera un
augurio a medias.
Fue
desde pequeña muy cariñosa, le acompañaba en su caballo donde él fuera. Si
estaba en la finca, allí estaba ella, si iba a ver los mozos allí iba ella,
hasta aprendió a silbarle a las vacas cuando iban darles agua en la quebrada
del Cantilón.
Después,
cuando creció se volvió una muchacha muy hacendosa y educada a quien su madre
confiaba las riendas del hogar cuando salía.
No,
no tenía nada personal contra el Hondureño bien parecido que había enamorado a
Inés a escondidas los domingos después de misa; ni lo culpaba por enamorarse de
su hija, que era tan bonita como su madre; él sabía que ella tarde o temprano
ella iba a hacer su vida, incluso ya hace algunos años que debía haberse
casado; pero como padre no tenía prisa en el asunto y debía procurar lo mejor
para ella.
—Si
querés casarte con el hacelo, pero no quiero que Florentino esté viniendo a la
casa, a mi me da mala espina, tan joven y bolo… lo sé ver yo en Santa Rosa,
tirado de borracho, ¡Hasta la vida te puede quitar en una borrachera y vas a
dejar tus hijos huérfanos, ni quiero pensar en eso!
Como
pueda suponer cualquiera que haya tenido hijas, Inés no hizo caso al consejo y
siguió viéndose con su novio cada vez que podía; a veces en el pueblo cuando
iba confesarle al padre Venancio, los largos besos que se daban en la quebrada
o en el rio donde se veían a escondidas, hasta que Florentino huía alertado por
el ruido del caballo de Silvano, cuando bajaba por la vereda para a aguar las
vacas.
—
¿Con quién estabas?
—Con
nadie papá.
—Ah
bueno, hay me esperas y nos vamos juntos cuando las bestias hayan bebido.
<<Con
nadie>>—pensaba Silvano viendo las huellas que veloces se perdían detrás
de los arbustos, y suspiraba resignado, aquella era una batalla que no podía
ganar.
<<No
se puede luchar contra el amor y el destino>>
Su
hija ya no era la niña que él quería que siguiera siendo.
III
—Mamá,
me voy a casar mañana con Florentino, ya hablamos con el Juez—dijo Inés a su
madre mientras limpiaba los frijoles para el almuerzo.
Ella
dejó de amasar la cuajada por un momento y se imaginó la reacción que iba a
tener Silvano cuando se diera cuenta.
—
¿Lo pensaste bien? ya oíste lo que te dijo tu papá.
—Si,
pero he decidido hacerlo de todos modos. El me ama y me lo ha demostrado y
hasta a usted le cae bien porque sabe que su amor es sincero.
—Es
verdad… tal vez no te vaya mal en la vida.
—
¿Me dará usted su bendición?
—No,
aunque quiera, no es posible; es el padre el que debe bendecir a los hijos así
lo dice la escritura… pero voy a rezar cada día para que Dios te cuide.
—Está
bien mamá, a usted siempre la oye Diosito.
—No
te vayas a ir sola, le voy a decir a Santos Lizama que te acompañe hasta el
otro lado del río… mejor hasta la casa de Florentino.
El
siguiente día amaneció lloviznando, las vacas mugían con tristeza mientras los
corraleros llenaban los baldes con leche humeante.
Humbertina,
aseo la casa mejor que nunca, hizo el oficio temprano, no habló mucho con sus
padres más allá del saludo.
Sus
hermanas, estaban enteradas del asunto ya que Felisa, la más pequeña todo lo
oía, todo lo veía, y todo se lo contaba a Magnolia; pero era lo mismo que nada
supieran, ya que jamás se expondrían a la paliza de su madre, si llegaba a
enterarse que escuchaban detrás de las puertas; así que la siguieron todo el
día. Cada paso que daba Inés, lo daban ellas detrás, mirándola con malicia.
—
¿Qué tanto me miran ustedes dos?
Entonces
estallaban en risas y huían a esconderse en los rincones o detrás de la puerta
y así.
<<Ojalá
ustedes no tengan que hacer lo que yo voy a hacer>>—pensó deseando la
mejor de las suertes para sus hermanas.
Pasado
el medio día, cuando Silvano dormía la siesta en la hamaca del corredor,
cuidado por su fiel perro Piñico, ella se arregló y se fue con la señora que
trabajaba en su casa desde antes que ella naciera. No llevaba nada más que sus
papeles de identificación envueltos en una bolsa de plástico, escondidos en el
delantal.
Vio
a su padre y quiso correr a abrazarlo, y quedarse con él para siempre; pero no
sería posible esta vez.
Afuera,
seguía lloviznando y debía darse prisa antes que las quebradas crecieran más y
no les permitieran cruzar al otro lado.
Ya
había dejado la cena lista, y también el trabajo del siguiente día.
—Adiós
papá—dijo cubriéndose con el capote de él.
Lloraba.
Silvano
despertó ya casi a las tres, aunque se veía mas tarde por el temporal y lo
primero que hizo fue preguntar por su hija.
—Se
fue al rio a lavar los platos y no ha regresado.
—
¿Ya la fueron a buscar?
—
Magnolia y Felisa, fueron pero solo llegaron hasta la lomita porque estaba muy
resbaloso por la lluvia.
El
se levantó pensativo y se ajusto la cincha con el revólver para ir a buscarla.
Su
triste presentimiento se confirmó cuando vio que el capote no estaba en su
lugar.
Vio
a su esposa con tristeza. Ella bajó la cabeza.
Ninguno
dijo nada. ¿Para qué?
De
todos modos fingió ir a buscar a su hija aunque lo que en realidad quería, era
saber que había llegado a salvo con su nueva familia.
***
Cuando
Florentino cruzo la puerta ya la guardia había llegado sin duda avisada por
Amasvindo, juntamente con toda la gente del pueblo.
El,
vio con infinita tristeza la turba llena de morbo y tres guardias con polainas
y cascos lustrosos. Dejó caer la pistola en la arena y extendió las manos para
que lo ataran, estaba muerto, mas muerto que su amada Inés Humbertina.
Cuando
lo hubieron asegurado, se volteo para ver a sus hijos Carlos y Ángel
—
¡Por favor perdónenme!
—
¡mataste a mi mamá! ¡Vas a salir de la cárcel y yo con mis manos te voy a
matar!—le gritaba Ángel, el más pequeño, de apenas cinco años.
Estuvo
dos años preso y al salir se fue al mar… nunca jamás lo vieron de nuevo,
dijeron algunos que se fue para los lejanos puertos de áfrica o que fue
engullido por el mar cuando enfiló a propósito su barco hacia la más feroz tormenta
jamás conocida. Lo cierto es que de vez en vez, por muchos años llegaba a casa
de los abuelos alguna cantidad considerable de dinero para los gastos de los
niños.
—
¿Quién manda esto?—preguntaba indignada la abuela.
—No
sé, no me dijo, es un señor que iba pasando a caballo, y me pidió que le
hiciera el favor.
—Miguelan
(Cuentos de la Loma)
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